Escenario: Lugar cualquiera donde la imaginación no se sienta acechada.
Una hada podría preguntar así
HADA:
Sobre la mirada de los niños
Hoy me hice una pregunta: (bajo el postulado kantiano):
¿Cómo es posible que un niño pequeño se dirija a nosotros a través de la mirada?
¿Por qué lo primero que miramos al cruzar la vista con alguien son los ojos?
¿por qué no la nariz, la boca, los brazos? ¿Por qué los ojos?
¿Por qué aún los seres menos socializados del mundo -que son los bebés- ya dirigen su observación hacia la mirada del Otro?
¿Qué principio filogenético rige esta herencia de comportamiento visual?
¿Por qué los malditos (benditos) OJOS? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Alguien digáme
05 noviembre
Un duende podría responder más o menos así
DUENDE: Tus preguntas me hicieron pensar porqué, también, tenemos un lenguaje completamente visual cuando nos referimos a hechos calificados como "verdaderos". Es decir, ¿por qué cuando no entendemos algo decimos que tal cosa no la "vemos" clara, o por qué cuando algo es "verdad obvia" decimos que es e-vidente, "visible"? ¿Por qué lo "oscuro" es sinónimo de "incomprensible" y lo "claro" sinónimo de comprensible"? ¿Por qué el acto de razonar, la reflexión, se aprecia como un reflejo visual, o por qué la reflexión tiene algo que “ver” con la “contemplación”?
Descartes, en su Discurso del Método, parte de que sólo se puede aceptar como verdadero aquello que sea "claro" y perfectamente "distinguible" para el entendimiento. Pareciera entonces que la inteligencia tiene un tipo de ojo que puede "ver" la verdad, y la "visión" de este supuesto ojo es un poco distinta a la visión que tienen nuestros ojos convencionales (esos ojos míos que terminaban distrayéndose cuando te veían). En otras palabras, una cosa es lo que los "ojos" de la inteligencia ven, y otra, lo que los ojos de nuestro cuerpo ven. Descartes piensa que éstos segundos no son de fiar porque muchas veces nuestros sentidos fallan, que a veces vemos cosas que no son verdaderas, que la única "vista" de fiar es la de la inteligencia...
Desde el punto de vista kantiano, ésta "vista" que tiene la inteligencia es propia del "sujeto trascendental", que éste sujeto trascendental tiene una especie de visión trascendental.
¿Y tendrá algo que ver esta visión trascendental con tu pregunta planteada. Pus yo creo que sí. Al saber que nuestro conocimiento es "visible" es probable que busque constatarse a través de la mirada hecha a nuestro interlocutor, no a sus ojos, sino a la visión intelectual del Otro que mencionas. Y es que tal vez no sea que buscamos los ojos del Otro sino que nuestra inteligencia busca la inteligencia del Otro. Eso que llamamos "ojos del alma" sea lo mismo que los ojos de la inteligencia.
Será entonces, por esa manía "trascendental" que tanto gusta a Kant hallar hasta en las cortinas, que el "sujeto trascendental" es completamente visual porque nuestra facultad de conocer –CONOCER, en su sentido más amplio– es completamente visual, no olfativa, gustativa ni táctil.
Pero no sé, no sé… Tú preguntas cómo es posible que un niño se dirija a nosotros a través de la mirada, indagas la razón de por qué nuestra mirada busca los ojos del otro. No sé, pero con unos ojos tan bellos como los tuyos es difícil no buscarlos. Yo me postulo para buscar la verdad en tus ojos, ser un filoftalmósofo, un amante de la sabiduría ocular, o mejor aún, yo me postulo para ser un poeta de tus ojos, un poeta loco que hará cabalgar sus letras en el aire, letras suyas que serán de tu propiedad por llevar la impronta de tus ojos. Buscaría tus ojos, y tal vez terminaría envidiando mi reflejo en tus ojos por el sencillo hecho de estar él –mi reflejo– depositado en tus ojos. Pero no sigo, no sigo que me siento como un niño al que le cuentan una hermosa historia de sofoscopía contemplativa, porque sé lo fácil que es perder la cabeza contemplando tus ojos.
Saludos cordiales, evidentemente.
18 noviembre 08:54 a.m.
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P. D: Claro, es posible que después hiciera también un tratado rinosófico acerca de tu nariz. Haría un poema, también, que alabara tus manos que tanto admiro y culminaría mi labor con un especie de réquiem contemplativo acerca de tu boca, de los armónicos de tu voz, de tus labios, réquiem que fenecería en el momento que dibujara con mi mano el contorno de tu boca para volver a empezar.