sábado, diciembre 31, 2005

Osamenorías

U


Aquí. Soñando que te hablo y soñando que me contestas. Soñando que por un artificio del alma puedo extender el tiempo de mi llamada, ese que hay entre mi palabra y la tuya, que puedo prolongar ese breve instante a mi capricho. Corrijo, para qué te miento, soñando que hablo y que puedo prolongar ese breve instante hasta que nuestros cuerpos aguanten, hasta que mis fuerzas lo permitan y tu paciencia lo consienta.

Disculpa, pero es que cuando sueño que te hablo me siento un poco más irreverente, endiosado.

¿Pero es que no te parece que, cuando uno se corrige, ya hace rato que se ha caído de la cama? Va, pues, que he despertado y caigo en la cuenta de que volvemos a ser mortales; pero es que también caigo en la cuenta de que se puede soñar contigo, despierto, y ahora sueño, querida, que tú estás conmigo; en cierta manera, claro, en cierta manera.

domingo, diciembre 25, 2005

La Navidad o El Ascenso metafísico a uno mismo.

Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto.
Andersen


Tal vez yo empecé a crecer cuando en mis navidades se formaron mis primeras tristezas y decepciones propias. Y esto se remonta a mi alejada infancia; dónde más, dirán los especialistas. Algunas veces quedamos solos, en el silencioso en el comedor de la casa, escuchando tal vez con añoranza la algarabía de la casa vecina y otras veces nosotros mismos fuimos los confabuladores de ella. Delicado juego de representación con cerillos, «el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores», como dirá Rimbaud.

Sin llegar a nada definitivo, a veces se me ocurre pensar que la navidad bien podría ser un juego para niños —porque es posible que sean ellos quienes más disfrutan esas fechas— que a menudo gustan recrear los adultos a su manera. Y éste es quizá el motivo de que exista una tristeza navideña, porque la navidad también es triste pues lleva una dosis de pesadumbre y nostalgia que se va anticipando por todo aquello que no es.

En la navidad de los adultos —de quiénes más sino de los adultos que buscan representar una escena cuyo motivo es una época llena de felicidad, pues los niños no precisan de una época para divertirse— existe algo que no está en el ánimo del niño, y este algo es, creo, la resignación y la sensatez. Cuando un niño se resigna por algo que no sucede, cuando se percata de una tristeza que no puede disiparse, y más aún en fechas donde, al menos en apariencia, todo lo que tenga que ver con la felicidad tendría que suceder, deja de ser un poco niño para entrar en los albores de la edad adulta. Y cuando este medio-niño actúa con resignación y, por ende, con sensatez ante un evento, digamos, imposible, tal vez ya dejó se ser niño. Sólo le queda entrar a un mundo de la época navideña y recrear sus códigos: actuar como adulto e inculcar el espíritu navideño en otros niños, sustituir la felicidad de los juegos por la felicidad de los obsequios, y cuando algo que no es no puede sustituirse entonces entra una sensatez que busca mitigar con nostalgia, ese pequeño desgarramiento interno que se tuvo en la infancia.

Tal vez por eso las navidades son tristes a veces, no siempre pero sí a veces. Es como si nos viera a la memoria aquella primera tristeza inesperada que tuvimos en una fecha incorrecta, como si recordáramos una épica fallida que involuntariamente nos evoca esa sensación de fragmentación diminuta que se ha ido prolongándo algunos años o enmendándose algunos otros mediante el ritual navideño.

A mi parecer, uno de los autores que ha sabido captar este duelo infantil alegría/tristeza navideños es, sin duda, Andersen con su cuento de La niña de los fósforos. Podría estar también Ebenezer Scrooge, personaje dickensiano y arquetípicamente navideño, como antagonista necesario de los cuadros felices de la temporada decembrina, pero a mi parecer el desvanecimiento del personaje en La niña de los fósforos resulta esplendoroso hasta en su tristeza, pues el Scrooge dickensiano es en Andersen la sociedad y su halo de frialdad. Y es que la navidad es necesariamente este juego de sabores y emociones que de una u otra manera se transita entre estos dos estadios, en una extraña épica de la esperanza e infancia que nos recuerda más de una de las veces la nuestra antes de ese primer desaire. Tal vez por eso las navidades son alegres a veces, no siempre pero sí a veces, debido al discreto movimiento romántico de esperanza y nostalgia metafísica, un «despertar amarillo y azul de los fósforos cantores».

jueves, diciembre 22, 2005

Palabra


A veces, como si uno fuera émulo de Arquímedes, se busca un sólo motivo para mover su mundo, un sólo punto de apoyo para sentirse estimulado a escribir. Sucede que puede acaecer este motivo por cuenta propia o buscándole mientras nuestra mirada se mantiene postrada en cierto lugar. En este caso me detengo en el blog de Zuriñe, mujer inquieta, tenaz, deliciosamente impertinente como suelen serlo aquellas que forman una caja de resonancia con su intelecto para los pulsos de su corazón. El tema, su tema, la inspiración en torno a la poesía, y éste fue mi comentario, bastante endeble, lo acepto, que hasta uno se siente tentado a hacer caso al reclamo de Enrique Tenorio, personaje central de Lejos de Veracruz: tener el detalle de explicarme un poco más o, simplemente, «pedir perdón por tanta impericia y desvarío».

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Martin Heidegger decía que la esencia del habla encuentra su morada en la palabra, y ahí, habita el Ser del hombre.

El mundo es un entramado discursivo. Todo, cualquier cosa, es una manifestación humana, todo habla del hombre: una pintura, un museo, un libro, pero también un envase vacío habla de la presencia humana, un corcho tirado en el pavimento o una bolsa de frituras arrojada en la carretera también hablan del hombre porque son manufacturados por él, y son arrojados por él. En esto consiste la Cultura, en el culto al hombre en todos sus aspectos, el estipendio oneroso de la naturaleza mediante la transformación de ella para consumo humano. Hoy, hasta la obra de arte es de uso comercial, entran en nuestra casa como entran los enseres adquiridos en los centros comerciales. Una lata de atún es igual de consumible como unos girasoles que adornan —al estilo Van Gogh— cualquiera de nuestros muros.

¿Y por qué te digo, primero, que la esencia del lenguaje está en la palabra y, después, que la obra de arte es ahora objeto de consumo? ¿A qué viene esto?

Heidegger, citando al poeta Stephan George, enuncia: «Ninguna cosa sea donde falte la palabra». Sin palabra no hay ser humano, sin ser humano no hay palabra. Ambos, palabra y ser, son coexistenciales y codeterminantes entre sí. Por eso el discurso está en todo: en nuestra ropa, en nuestras costumbres, en los sonidos de la calle, en la calle misma, todo tiene que ver de una u otra forma con la palabra.

Pero es que, como apunta Heidegger, ya los griegos utilizaban la palabra para evocar a los dioses, o los Padres de la Iglesia cultivaban la Biblia —jardín pletórico de palabras con halo de nostalgia cristiana— para comunicarse con su Dios (qué es la fe sino una palabra silente y delicadamente sumisa), o los poetas de inicios del siglo XX que veían en la palabra el último reducto metafísico después de la ausencia y/o muerte de los valores y Dios (como por ejemplo, el propio Stefan George). Sin embargo, también con la palabra imprecamos, maldecimos, impugnamos. Unas cuantas palabras pueden ser el dardo que cause la muerte de un hombre, unas cuantas palabras pueden mostrarnos cuán frágil es el hombre o cuan cruel puede serlo. Un silencio, una palabra negada, puede ser también fatal para una persona. Con la palabra medimos la altura de lo que está en nuestros cielos y sondeamos las profundidas y pavorosas congojas que fundamentan nuestros océanos.

¿Y qué papel juega en todo esto la poesía? Según Heidegger somos por esencia habla. Como se mencionó, el habla está en todo, pero donde más se manifiesta en su completa presencia es en la palabra poética porque ahi no dice nada, tan sólo sugiere. Frente a otras formas de hablar que son, digamos, funcionales (porque sirven para algo en específico: “lleva la bicicleta”, “me gustó tu apreciación”, etc…), la forma de hablar poética, la palabra poética, conserva en su expresión la perturbable quietud de que no dice nada en concreto, acaso esbozos, acaso sugerencias, insinuaciones, intuiciones. Por eso en la palabra poética no hay verdades dictaminantes, ni instrucciones para vivir mejor la vida, ni descripciones literales de una realidad jamás vista. La palabra poética no dice nada, o “casi” no dice nada, y en ese gran privilegio de “casi” no decir nada lo dice todo. La palabra poética es uno de los pocos reductos que aún pueden, dirá Heidegger, causarnos azoramiento, perplejidad o desconsuelo debido a esa extraña razón. Quizá esto se deba a que ella es multívoca, es decir, cada una de las palabras de un poema evoca muchas cosas, dice tantas cosas como el más profundo de los silencios que también en el poema se hallan.

¿Entonces, todos debemos ser poetas, debemos leer sólo poesía, haciendo poesía de todo y poemas con todo? No, de ninguna manera. Basta con meditar acerca de este hablar cotidiano que depositamos en todo, porque, concluyendo con Heidegger, «el lenguaje cotidiano es un poema olvidado».
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Algo relacionado sobre Heidegger, George y la palabra: X
(N.B. Algunos caracteres del vínculo indizado están en griego en el original y no son reproducibles en un formato stándard, pero son prescindibles para el entendimiento del texto.)

domingo, diciembre 18, 2005

Algo sobre lo "natural" y lo "normal" humano.

[…] alrededor de las siete, las ocultas fuerzas del tedio me han perdonado la vida y me han permitido empezar a moverme, y entonces me he dicho que mi extrema soledad de los últimos días me estaba perjudicando y que lo menor que podía hacer era tratar de hablar con alguien —con mis vecinos, por ejemplo— y darme un baño de normalidad.

Perfectamente rasurado, con ropa limpia y muy perfumado, a las siete y cinco me he presentado en la casa adosada de la familia Felanitx. Lo he hecho vestido de domingo —para que me vieran como uno de ellos— y con un disco de corridos y rancheras de un grupo de rock fronterizo del Besós, un barrio de la periferia de Barcelona. He regalado esos dramas mariachis y tiernas «machadas» a Clarita, en homenaje secreto a sus ojos verdes de mirada serena.

A causa de esto y también porque se han azorado al verme por primera vez en el interior de su casa y hundiendo, además, mi mirada en las fotos de sus numerosos antepasados, sus padres se han sentido poco menos que obligados a invitarme a salir a su terraza y merendar con ellos. […]

***
Se ha quedado en la terraza la niña de cinco años, la encantadora Berta, escuchando con cara de no entender una sola palabra de lo que he comenzado yo a contarle a su padre acerca del antiguo puerto de Vera Cruz y de lo mucho que me gustaría volver a sus playas lejanas, cosa que sin embargo no pienso nunca hacer ya que, pensándolo bien, la nostalgia de un lugar enriquece siempre que se conserve como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte.

—O sea que es usted nostálgico —me ha dicho el dentista, y ha encendido un cigarrillo y ha aspirado largamente una bocanada hundiendo las mejillas de su inquietante huesudo rostro.

Enigmático me ha parecido cierto fenómeno que se estaba apoderando de mi voluntad y que en ese momento he detectado. Me refiero al hecho de que yo hasta ese momento en la terraza no había contado nada que no estuviera escrito ya en este cuaderno de los tres tucanes.

Eso me ha llevado a preguntarme si no estaría corriendo el peligro de excluir y de borrar, tarde o temprano, de mi vida todo lo que no incluya en estas páginas.

Me habría gustado poder comunicarle esta inquietud mía al dentista y poder decirle también que todo eso me traía la memoria de un fenómeno similar que se producía cuando regresaba de uno de mis viajes y la versión que daba del mismo a la primera persona que me preguntaba excluía para siempre todas las otras versiones posibles y se convertía automáticamente en la definitiva, ya que después era incapaz de modificarla ni en el más mínimo detalle.

También me habría gustado poder decirle que este fenómeno me traía la memoria de otro también similar, que tenía como escenario mi propia ciudad natal, donde mis pequeñas simpatías innatas me arrastraban hacia determinados portales que parecían envolverme con su abrazo mientras que otros los percibía siempre como hostiles y los expulsaba de mi vida a diario.

Me habría gustado mucho poder comentarle todo esto al señor dentista y que él me entendiera e incluso aportara nuevas ideas, pero yo tenía la impresión de que con mi vecino sólo podía ser normal y decirle cosas sencillas que no escaparan a su impecable sentido común de hombre de pueblo acostumbrado al espionaje de las dentaduras ajenas.

Yo tenía esa impresión y por eso no ha sido extraño que de nuevo haya vuelto a oír esa especie de consigna interior que me recomendaba ser normal, ser como los demás —como mis vecinos sobre todo—, por mucho que sintiera deseos de elevar el nivel de la conversación con el dentista y, de paso, deshacer entuertos, ciertos malentendidos que notaba yo que se estaban creando. Porque percibía yo, por ejemplo, que él me estaba viendo como un consumado nostálgico de Veracruz cuando en realidad sería más interesante que no desconociera que mi melancolía era del todo impostada.

Pero, claro está, cualquiera se atrevía a decirle que yo me había inventado ese sentimiento de nostalgia hacia aquellas playas lejanas por la sencilla y práctica razón de que si carecía de nostalgia alguna —junto a la memoria, según había podido averiguar, una de las dos materias primas fundamentales para cualquier narrador que se precie—, nunca podría considerarme, aunque tan sólo fuera en secreto, un escritor de pleno derecho, un escritor de verdad.

Pero no. Yo nada de esto le podía decir. Tenía que ser lo más normal posible con el señor dentista y no decirle nada raro que le pudiera espantar, ser en definitiva como los demás y no tratar de explicarle, por ejemplo, que con respecto a México yo me identificaba más con el tema de Rulfo en Pedro Páramo —el tema del regreso, por eso el héroe es un muerto, ¿y qué soy yo sino un derrotado de la vida?— que con la expulsión del Paraíso, que es de lo que trata Bajo el volcán, de Malcom Lowry.

No y no. Nada de todo eso podía yo decirle si no quería que pensara que estaba loco, si no quería verme pronto expulsado del pequeño paraíso de aquella terraza contigua a la mía.

De modo que me he limitado a responderle:
—Sí, señor. Ya ve. Soy muy nostálgico.
Pero entonces me ha sonreído de una forma extraña.
Como si en el fondo se sintiera decepcionado de mi respuesta tan parca. He comprendido que ser tan excesivamente normal también me hacía correr el riesgo de ser pronto invitado a abandonar ese santuario familiar. Y he buscado decirle algo que le chocara un poco y se me ha ido la mano, o la lengua en este caso, y no he tenido una idea mejor que preguntarle, a boca de jarro además, si había leído Bajo el volcán.
Se me ha quedado mirando con una cara amenazante. —Yo no leo —me ha dicho finalmente.

«Dios mío», he pensado. Entonces, para congraciarme con él, le he explicado que yo leo desde hace dos años y le he contado que el resto de mi vida estuve huyendo siempre de los libros, pero que últimamente, tal vez porque necesitaba un periodo de cierto recogimiento dentro de mi maltratada existencia, me he refugiado en los libros.

—Yo no leo, pero eso no significa que algún día no pueda decidirme a leer, de modo que no es necesario que se disculpe —me ha aclarado entonces él, bien sonriente.

Para cerrar ya de una vez por todas este peligroso inci­dente he terminado prometiéndole que si algún día voy a Palma le compraré el libro de Lowry, del que tengo la intuición de que podría ayudarle a pasar divinamente el verano y también a comprender —me ha mirado sin el menor entusiasmo y hasta con evidente incomodidad— el tipo concreto de nostalgia que yo sentía por el incomparable puerto de Veracruz.

***
Son las cinco y cinco de la madrugada en mi reloj de pulsera, y me encuentro, tal vez por haber bebido demasiado hace un rato, en pleno y duro insomnio, los ojos redondos como platos, o como faros ardiendo en la noche. De nada me ha servido contar botellas como si fueran ovejas, pues me ha dado esta noche por pensar, tal vez por influjo del maldito ve­cino, que quizás es verdad que aún soy joven y pertenezco al mundo, y eso, para qué negrlo, me ha sentado francamente muy mal. Porque sólo me siento bien, incluso perfecto, cuando me encuentro viejo. Es mi estado ideal el recogi­miento, estar apartado del mundo. Sólo estoy bien si me siento viejo.

Desde hace tres días, desde que escribo en este cuaderno de los tres tucanes, me encanta pensar que sólo el gran fracaso que ha constituido mi existencia me da al fin la paz y la felicidad que busqué como un ciego en el amor y otras zarandajas. A mis veintisiete años, la vida ha terminado. Eso lo tengo muy claro. Estoy acabado, a Dios gracias. Y es que sólo cuando pienso que mi fracaso ha alcanzado las proporciones de toda una vida de desengaños, me encuentro a gusto.
Pero hay noches, como la de hoy, en las que al irme a dormir se me ocurre pensar que tal vez es verdad que aún soy joven, y entonces me quedo triste, y me angustio y, por mucho que cuente botellas y botellas, no me duermo y me llega la terrorífica sospecha de que, para mí, hasta la noche es joven. Hoy sólo he conseguido conciliar el sueño unos cinco minutos en toda la noche, el tiempo suficiente para tener esa pesadilla breve pero intensa en la que, tal vez por dormirme en la angustia de que podría ser que todavía fuera joven y el vecino tuviera toda la razón en eso […]

Tras el violento despertar, todos mis intentos de recuperar el sueño han resultado ya inútiles. Y aquí estoy ahora yo, en pleno y duro insomnio, con los ojos bien redondos como platos. Hace un rato he salido a la terraza a contemplar las estrellas y a tomar el aire fresco de la noche y he terminado es­piando el misterioso y profundo silencio de la casa de mis vecinos. Digo misterioso porque todo parecía en perfecta calma cuando de pronto, al observar distraídamente cómo movía el viento los ficus y la palmera que protegen la entrada a la terraza de los vecinos, me ha parecido descubrir una orgía secreta, un animado y salvaje diálogo entre los agitados ficus y la esbelta palmera, algo así como una fiesta privada que si hasta entonces había pasado, para mí y para todo el mundo, inadvertida, seguramente era porque se celebraba en la intimidad máxima de la noche, en la hora más callada, cuando hasta el antiguo puerto de la Vera Cruz duerme.

Al hundir aún más la mirada en esa fiesta secreta del viento ha sido cuando de pronto, no voy a negar que entre la sorpresa y el más profundo pánico, le he visto. Sí. Me ha parecido ver al dentista, quieto y agazapado entre los ficus y la palmera, inmóvil su cuerpo y como al acecho de una misteriosa presa, como escondido por otra parte, pues sus pantalones y camisa verdes lograban camuflarlo a la perfección y su figura se confundía, sin el menor fallo, con la naturaleza.

Qué estaría, que estará haciendo ese hombre ahí. Porque no dudo de que sigue ahí, aunque no quiero mirar y consta­tarlo, pues me da miedo todavía y, además, no me apetece volver a reencontrar esa sensación de apuro que a uno le llega cuando descubre la extraña e inconfesable actividad secreta de un vecino al que creía conocer.

Qué clase de presa estará acechando ese hombre en la oscuridad. ¿Por qué, a estas horas, no está durmiendo con su mujer? Tal vez lo único que sucede es que está más borracho que cuando me despedí de él. O quizás se hace el muerto, o juega a estarlo. O pretende dar un salto repentino hacia adelante y dar un susto de muerte a alguien que, desprevenido, camine tranquilamente por el Paseo del Mar y no se aperciba —cómo puede alguien imaginar una cosa así— de que entre esas plantas hay un hombre al acecho, camuflado entre ellas. Pero no creo que sea eso lo que está sucediendo, porque a es­tas horas es imposible que pase una sola alma por el Paseo del Mar.

Qué estará haciendo ahí ese hombre. Qué estará haciendo disfrazado de planta. Tal vez todo esto en realidad no tenga nada de raro o de especial y la culpa sea simplemente de los domingos, que son horribles. Son muchas las personas que, a causa de esto, los acaban trastornadas, terminan muy mal sus domingos. Son horribles, sí, los domingos... Pero, Dios mío, qué estará haciendo ahí ese hombre, mi vecino. En cualquier caso, verle ahí completamente inmóvil entre las plantas no sé por qué me ha traído el recuerdo de una imagen entrevista con asombro, el mes pasado, en las afueras de Veracruz, la tarde aquella que daría paso a una noche en la que nacería —fingida— mi nostalgia de ese puerto y de ese mar.

Aquella tarde vi a un campesino indio inmóvil fundiéndose con el paisaje. Y no sólo con el paisaje sino también con la barda en que se apoyaba en aquel crepúsculo presidido por el silencio grave y profundo de la hora. Ese campesino se camuflaba entre la naturaleza y disimulaba tanto su condición humana que hasta parecía abocado a abolirla y volverse, en cualquier momento, piedra, páramo, pirú, espacio y silencio.

Por si acaso el dentista estaba jugando, como hago yo tan a menudo, a hacerse el muerto en vida, y por intercambiar entonces con él los papeles en la noche, le he imitado en su tendencia beoda y he vaciado a su salud, y sobre todo a la mía, una botella entera de vino de Biniali, lo que me ha librado, por momentos, de la angustia excesiva de este insomnio y me ha dejado un buen rato distraído pensando que en definitiva la vida no es más que nostalgia de la muerte. No venimos de la vida sino de la muerte. Eso he dicho y he logrado para mí un cierto alivio, y hasta una tímida risa en mitad de la noche cuando me ha dado por pensar en las viejas risas de México para todos los ataúdes. Y hasta me he atrevido a mirar al dentista y he visto que es la parte más profunda de mí, ahí quieto y bien camuflado entre las sombras de la noche, mi parte oscura. Por eso es mi vecino.

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Lejos de Veracruz (fragmento) Vila—Matas.

jueves, diciembre 08, 2005

Vila-Matas


Estoy ahogándome en libros. Tareas, lecturas y poco tiempo para escribir lo que deseo. El caso es que también disfruto lo que hago pero preciso de un lapso de distancia para pensar tranquilamente.

Hoy me encontré el libro Lejos de Veracruz de Enrique Vila-Matas. Lo hojeé y me resultó interesante que el personaje encontrara en la escritura el último refugio para su vida. “Metanovela”, recuerdo que aparecía en algún lugar de la contraportada. Vila-Matas hace una reflexión sobre la metanovela.

A Vila-Matas lo conozco por Bartleby y compañía [Anagrama, 2002]. El tema de este libro ya el autor lo menciona desde la primera página: hacer un recuento de aquellos escritores que han dejado de escribir, independientemente de la razón y/o que tuvieran para ello. Y, según él, ésta crisis de la literatura en general es el único medio a partir del cual puede surgir la literatura por venir, que en esta escritura fracturada es e punto de arranque de su porvenir.

Los casos, para mi sorpresa, son cuantiosos. Tenemos a Rulfo, a Salinger, Rimbaud, entre otros, que una vez que hubieron publicado sus libros dejaron de escribir, así, sin más. O por ejemplo el pintor Duchamp que dejó de pintar cuadros y a hacer de su vida una obra de arte... O Kafka que sólo publicó algunos libros de cuentos, mientras que su demás obra está editada póstumamente... Todas estas personas que dejaron de escribir son unos Bartleby, según la definición de Vila-Matas, son escritores tocados por el Mal del Post Scriptum, confabuladores de la literatura del No, del laberinto del No. Pero estos Bartlebys no son aquellos que por pereza dejan de escribir, sino los que, diciéndolo metafóricamente, han sido abandonados por sus musas (sean las musas quienes fueren, con tanga o sin ella), escritores que ya jamás lograron conseguir un incentivo para seguir escribiendo.

Y me llamó la atención porque, siguiendo este modelo de Bartleby, hay personas que han dejado de leer y no se sienten culpables por ello, o existen músicos que han dejado de asentar en partituras el sinuoso movimiento de su quehacer artístico (Johnny Carter, personaje de El Perseguidor en Cortázar, sería ejemplo claro de un Bartleby), poetas que han dejado de hacer poemas, etcétera, y no se sienten culpables y/o ansiosos por ello… Antes bien, mejor se sienten libres de tal necesidad/necedad. Sócrates mismo, en términos de Vila-Matas, sería un perfecto ágrafo bartlebyano, de ahí que es posible imaginarnos a Platón desesperado por intentar conservar los diálogos que su maestro tenía con cualquier persona en la calle.

La lectura de Bartleby y Compañia me ha dejado una inquietud muy interesante en torno a la no-escritura, a la no-lectura y, por extensión, a la no-comunicación. El pasaje donde Vila-Matas se refiere a Salinger es memorable. Salinger, éste es uno de los autores que más le intrigan a Vila-Matas. Salinger, el autor de The Catcher in the Rye, el libro que Mark David Chapman portaba al momento de hacer caso a su impulso de disparar a Jonh Lennon.

El motivo de este texto es, finalmente caigo en la cuenta, escribir que no puedo dejar de escribir, que no soy un ágrafo, ni un Bartleby… Que a diferencia de ellos, a mí sí me cuesta trabajo imaginarme silente, sin la escritura, sin la lectura. Que se necesita mucho entrenamiento para colmarse hasta el hastío de aquello que se hace con placer... Sin embargo, ya que lo mencioné hace un momento, no deja de cautivarme el silencio de Juan Rulfo, es como si después de escribir, su mano, su pluma y cada una de las hojas que tuviera frente a sí se fueran erosionando lentamente, así como Pedro Páramo, ese personaje inasible que va diluyendose en la silenciosa llanura de la no-escritura.

En fin, no sigo por el momento.
Algo sobre Vila-Matas: X

domingo, diciembre 04, 2005

.







Frédéric
Brenner.
©


Polaf:

Nos vamos quedando solos. Tú, yo, el resto del mundo. La vida se está volviendo un privilegio nuestro, de nosotros, los unos cuantos.

sábado, diciembre 03, 2005

Tributo

a M




Veo tus ojos. Si fuera dibujante dibujaría tus ojos. Los dibujaría a lápiz. Cada mirada distinta, un dibujo;
cada dibujo, una hoja;
cada hoja, miles de intentos frustrados de no poder captar ese rasgo preciso que nace en tu mirada.
Miles de intentos frustrados de tanta línea que se borra, que se traza, que se inhibe, que se borra.

A veces pienso que si me quedo viendo tus ojos me pierdo. Me figuro que ardería en deseos de asomarme por ellos, como se asoma uno por la ventana,
para ver qué es lo que llevan dentro,
y de improviso me entra pavor de que parpadees

y me cortes la cabeza

de tajo,

pavor de ver cómo mi cabeza se ve a sí misma

cay
endo


hacia dentro de tus


ojos,




hacia aquel






abismo


cálido que debe de haber en tu mirada. Pavor de verme a mí mismo sin cabeza, chocando con las paredes, tropezando tantas veces antes de llegar a cualquier parte que no sean tus ojos.


Por eso no me quedo en tus ojos,
no los veo,
no los dibujo.
Pienso en ellos y me paso el tiempo escribiendo de ellos, describiéndome en ellos, inscribiéndome todo el cuerpo con ellos.

Tus ojos.

Pero renuncio.
Sucumbo al encanto.
Es tan
fácil
per der la ca
be
za viendo

tus


o


j

o



s.



jueves, diciembre 01, 2005

De inspiración y musas


Hoy me senté a la fuerza a escribir lo que la vida me dictara para ella y nada me salío. La senté a lado mío y menos. Me puse a platicar con ella, preguntarle sobre sus problemas e intereses, pero igual nada.Había algo que estaba impidiendo el libre correr de la pluma sobre la hoja. Cambie de musa dos o tres veces y todo continuo igual. En fin, terminé por no escribir nada.

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Proviene de Tetera Sádica

lunes, noviembre 28, 2005

Un bel di vedremo


A finales del siglo XIX, Benjamín Franklin Pinkerton, teniente de la marina norteamericana, llega a Nagasaki por cuestiones de negocios. Para hacer más llevadera confortable su estancia en ese lugar decide “rentar” una casa y contraer matrimonio «temporalmente» con una geisha bajo cláusulas altamente favorables para él: un contrato de “renta” a 999 años con la posibilidad de rescindirlo cada mes.

Quizá por capricho o enamoramiento, Pinkerton muestra interés y fascinación por una de ellas, Cio–Cio–San (Butterfly), una geisha de quince años que reside en el barrio de Omara y quien, dicho por Sharpless, cónsul de EEUU en Japón, tiene un corazón crédulo cuya voz «llega hasta el alma». Esto poco le importa a Pinkerton. Cierto que él también se percató de la apariencia de la geisha, leve y tenue como un globo de cristal, de su aspecto semejante al de una figura extraída de un biombo, cuyo fondo lacado y brillante «con un movimiento súbito destaca y revolotea como una mariposilla, y se posa con tal gracia silenciosa que siento un verdadero furor por alcanzarla, aunque ello me cueste quebrarle las alas»; pero el teniente no tiene más interés que el de algo temporal porque más adelante busca “casarse con una verdadera esposa americana”.

Butterfly quedó enamorada de Pinkerton desde el primer momento en que lo vio y en muestra de su entrega está dispuesta a renegar de sus costumbres, su familia y su religión con tal de estar con él: «Yo sigo mi destino, y llena de humildad me inclino ante el Dios del señor Pinkerton. Es mi destino. En la misma iglesia, arrodillada al lado de usted, le rezaré al mismo Dios. Y para que esté contento, tal vez consiga olvidar a mi gente

Pasado el tiempo Pinkerton regresa a Norteamérica y promete: “Oh, Butterfly, pequeña mujercita, volveré con las rosas en la estación serena en la que los pelirrojos hacen sus nidos.” El pelirrojo ha anidado tres veces, él no retorna,pero ella manytiene una apasionada espera. Suzuki, la criada de Cio–Cio–San, es quien está más convencida de que no regresará. Butterfly, indignada, hace que se calle y le reprocha su falta de fe. A continuación, Butterfly le muestra con admirable esperanza a Suzuki cómo sería el reencuentro con su esposo. "Un bel di vedremo" es, a mi juicio, una de las escenas más impactantes dentro de la opera por su alta calidad expresiva.

Lo que sucede en el resto de la obra es impactante y lo omitiré bajo la intención de que escuchen la opera y/o consulten el libreto (bilingüe). La traducción al correspondiente fragmento está más abajo.

A continuación tres versiones de la misma obra: La que se inserta en el link corresponde a la versión de Maria Callas (recomendable abrir en otra ventana). Coloco dos versiones más, ahora en el RadioBlog. En una de ellas desconozco el nombre de la soprano y la segunda corresponde a la versión de Renata Tebaldi.
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Un bel di vedremo
Giacomo Puccini

BUTTERFLY (sorpresa) Piangi? Perché? perché? Ah, la fede ti manca... (fiduciosa e sorridente) Senti.

(Fa la scena come si realmente vi assistesse e si avvicina poco a poco allo shosi del fondo)

Un bel dì, vedremo levarsi un fil di fumo dall'estremo confin del mare. E poi la nave appare. Poi la nave bianca entra nel porto, romba il suo saluto.

Vedi? È venuto! Io non gli scendo incontro. Io no. Mi metto là sul ciglio del colle e aspetto, e aspetto gran tempo e non mi pesa, la lunga attesa.

E uscito dalla folla cittadina un uomo, un picciol punto s'avvia per la collina. Chi sarà? chi sarà? E come sarà giunto che dirà? che dirà? Chiamerà Butterfly dalla lontana. Io senza dar risposta me ne starò nascosta un po' per celia... e un po' per non morire al primo incontro, ed egli alquanto in pena chiamerà, chiamerà: "piccina mogliettina olezzo di verbena", i nomi che mi dava al suo venire.

(a Suzuki)

Tutto questo avverrà, te lo prometto. Tienti la tua paura, io con sicura fede l'aspetto.

(Butterfly e Suzuki si abbracciano commosse Butterfly congeda Suzuki, che esce dall'uscio di sinistra, e la segue mestamente collo sguardo. [...])
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Traducción:

BUTTERFLY: (sorprendida) ¿Lloras? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Ah, te falta fe...! (Confiada y sonriente) ¡Escucha!

(Representa la escena del retorno de su marido como si estuviera teniendo lugar.)

Un hermoso día veremos alzarse un hilo de humo en el horizonte. Y entonces aparecerá la nave. Luego, esa nave blanca entrara en el puerto, atronando con su saludo. ¿Lo ves? ¡Ya ha llegado! Yo no bajo a encontrarme con él.

Me pongo allí, en lo alto de la colina, y espero, espero largo tiempo y no me pesa la larga espera. Y saliendo de entre la multitud un hombre, un punto pequeño se destaca por la colina. ¿Quién será? Y cuando llegue, ¿qué dirá?, ¿qué dirá? Llamará a Butterfly desde lejos. Y yo, sin dar respuesta, estaré allí escondida, un poco para inquietarlo, y un poco para no morir al primer encuentro, y él, con alguna inquietud, llamará, llamara: "Pequeña mujercita, olor de verbena", los nombres que me daba cuando volvía a casa.

(a Suzuki)

Todo esto ocurrirá, te lo aseguro. Guárdate tu miedo, yo con firmeza le espero.

(Butterfly despide a Suzuki y la mira tristemente mientras se aleja y sale por la puerta de la izquierda. […])
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Más de Madama de Butterfly
Otra más

miércoles, noviembre 23, 2005

Tonelería


He recibido comentarios, sugerencias, críticas, en torno a que debiera dejar el Blog. Y tal vez algún día termine por hacerles caso, pero no por el momento. En el poco rato que llevo aquí dentro he encontrado distintas justificaciones para permanecer en un Blog que corresponde a las distintas maneras de usarlo. Unos colocan —literalmente— un diario en la red, desde que se levantan hasta que se acuestan. Otros sólo anécdotas, unos más prolongan su vida emocional en ellos, algunos lo destinan a un cuaderno de ideas, citas, frases célebres, etcétera.

Admito que escribir en un Blog puede convertirse en un juego libre del pensamiento, medianamente desinteresado y medianamente sin compromiso. Requiere un rato de ocio y un mucho de paciencia por parte de quien lee como de quien escribe. Pero como juego libre también puede volverse innecesario o inútil. Hay juegos serios, —hay grados de seriedad, dirán unos—, y un Blog no siempre resulta ser una de las primeras acciones serias dentro de un grupo de actividades relevantes para la vida.

Por mi parte he intentado permanecer quieto, evitar un juego libre de mi pensamiento hasta casi reproducir la inmovilidad. He ensayado no hacer ruido en la web y ser una calca de su silencio. En algún momento me propuse estar como de espaldas en la pared y recargarme contra ella lo más posible, mantener la respiración para ver si podía desvanecerme en ella, pero no pude conseguirlo, y tal vez no quise hacerlo. Tan sencillo es sucumbir a la tentación de la palabra.

Kierkegaard, Kierkegaard de nueva cuenta, escribió Migajas Filosóficas o un Poco de Filosofía en una época en que Europa estaba absorta esculpiendo los grandes monumentos de humanidad. Frente la Fenomenología del Espíritu hegeliana, (efigie portentosa del pensamiento indagando el Espíritu, así en mayúsculas), Kierkegaard escribe unas migajas y así decide llamarlas. En su prefacio el autor dice lo siguiente con respecto a su obra:

«Cuando Corinto fue amenazada por el asedio de Filipo y todos sus moradores entraron en febril actividad: unos a limpiar sus armas, otros a trasladad piedras, otros a restaurar murallas, Diógenes, percatándose de ello de ciñó presurosamente el manto y comenzó a hacer rodar su barril por las calles de arriba abajo con gran empeño. Cuando le preguntaron porqué lo hacía, respondió: “estoy ocupado con mi barril, no quiero ser un ocioso entre tanta gente aplicada” […] del mismo modo —continúa Kierkegaard— es absolutamente imposible que a alguien se le ocurra […] dar a mi opúsculo un significado histórico–mundial.»

Es como escribir poemas en la arena o sobre las cortezas de los árboles.

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Foto cortesía de: Mnemosyne.
En Wikipedia buscar Diogenes de Sinope
Algo más de Diógenes Diógenes el cínico



lunes, noviembre 21, 2005

La tiranía de la imagen.


¿Existe una indolencia estética en las palabras Arte, Humanidad, Dios, y demás grandes representaciones de los ideales humanos?
Kierkegaard afirmaba que el poeta es como esos «pobres infelices que eran quemados a fuego lento en el interior del toro de Falaris: sus gritos no llegaban a los oídos del tirano causándole espanto, sino que le sonaban como la más suave música». En esta imagen se nos muestra por un lado que el artista es un hombre incomprendido y por otro que el ejercicio del arte está más allá del glamour de la representación.

Ser artista no es un honor sino una carga que se lleva a cuestas, o expresado de otra forma, el artista ejerce su oficio en medio de una terrible soledad. Así también lo entendía Kazantzakis en “La Última Tentación” donde retrata a Jesús cuestionando a su Padre por qué tuvo ser él quien dejara la tranquilidad de la vida de carpintero para fungir como redentor de los hombres. Encarnar una idea, en este caso una imagen divina, conlleva un trayecto doloroso comparable con la experiencia amarga del artista.

Para ambos casos, en Jesús como en el artista, las cosas no son lo que parecen, dirá Kierkegaard. Encarnar una idea implica un desgarro interno pero de ejecución sublime, casi artística, casi divina; además, profundamente solitaria y con un lenguaje ininteligible. Por eso el auténtico arte, dirá, no es el que se está llevando los aplausos y los brindis, sino aquel que queda recluido entre la malla de palabras, encarcelado detrás de un majestuoso discurso que sublima el dolor en un ahogo de incomprención.

Por eso también una imagen, cualquier imagen, exaltará una idea pero difícilmente nos dirá algo de aquel quien la experimenta. En esto consiste su tiranía, las imágenes exaltan una idea porque ellas mismas son una idea, una representación. El toro de Falaris nada nos dice de aquel que es torturado ahí dentro, en la Biblia se exalta la renuncia de lo terreno en pos de lo divino, pero nada nos dice de los dolores que causó esa renuncia porque éstos quedan subordinados o embozados por una idea que les da sentido o razón de ser, y una agencia periodística puede galardonar una foto que retrate artísticamente la miseria que hay en el mundo. ¿O es que acaso en medio de un padecimiento intensamente triste uno se dice a sí mismo: “todo está bien, porque yo soy quien lleva a cuestas el mundo y gracias a mí los demás reposan”? Pareciera que no. Antes bien, uno se siente, en palabras de Hölderlin, en duelo, desvaneciéndose, cayendo ciegamente impulsado hora tras hora, como el agua que va resbalando en los despeñaderos mientras pasan los años, cediendo a lo Incierto.

Y quizá por eso Walter Benjamín criticaba la «nueva objetividad» que instauraba la fotografía porque ahora la miseria es objeto de consumo y de disfrute, porque deleita a los sentidos y se pueden conseguir postales sobre la miseria en las librerías u ONG's o muchas de estas imágenes como las que aquí presento son asequibles en cualquier parte de la red.
Existe una tiranía de la imagen porque hay una estadarización y embellecimiento el dolor humano, una esteticidad consumible en un mercado de productos, susceptible además --como consecuencia de este gourmet visual y/o reflexivo-- de galardones y medallas al mérito artístico. El refinamiento del dolor y la muerte en un sentido sibarita y siniestro. Tal y como también lo llegan a ser, paradójicamente, estas palabras que albergan un sobrepuesto perfil estético del pensamiento.
Quizá cuando se llegue uno a acostumbrarse a todo esto, cuando uno vea imágenes como las aquí colocadas y sienta dolor, compasión (tal y como cuando se va al cine o al teatro para consumir y reflexionar este tipo de sentimientos), y después de esto uno dé contribucines monetarias o morales a las organizaciones filantrópicas, mitigando la incuria con el formol de los ideales, quizá, ahí algo ya esté perdido.
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Satyagraha, fuerza que nace de la verdad y el amor —del sánscrito Satya, verdad, (implica amor) y graha, firmeza (engendra y simboliza la fuerza)—, disco de Philip Glass realizado bajo la consigna de hacer un homenaje a Gandhi. Uno ejemplo más de lo que aquí he dicho.

lunes, noviembre 14, 2005

Ucronías

"...llenósele la imaginación de todo aquello que había leído"
Don Quijote de la Mancha









Alberto Torres. EL UNIVERSAL online



¿Quijotes contemporáneos en plena urbe cosmopolíta? No, en absoluto. Parte del Cortejo Medieval con motivo de la inauguración de España Medieval y el legado de Occidente.



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lunes, noviembre 07, 2005

Yo, Cybot.



«Son como Pinocchio. Primero Pinocchio no era más que una marioneta, no era un ser vivo. Después se convirtió en una marioneta viva, luego en un chico vivo, un chico de verdad



Cuando me enteré de que la empresa Bandai ha creado «mascotas virtuales», semejante a los Tamagotchi de hace unos años, pero con la cualidad de que pueden vivir en la computadora, no dejé de sorprenderme de los cambios constantes que se van generando en el usuario con respecto a esta extraña máquina llamada computadora/ordenador.

Imagína que tu computadora —sí, esta máquina que tienes frente a ti ahora— te pidiera o te exigiera un rato de tu atención para poder sobrevivir —si, tu computadora pidiéndote sobrevivir—. Es como si le dotaras una especie de conciencia (rudimentaria, si quieres), y en una de esas, hasta un alma según tus necesidades. Aquellas extrañas y lejanas historias donde una persona se dirige a su computadora por su nombre, dándole una instrucción y ellas respondiéndote por tu nombre… esas historias ni serán extrañas y en un futuro próximo las tendremos instaladas en nuestra computadora (ahora sí) personal y personalizada.

Según la empresa japonesa, estos seres cibernéticos podrán ser configurados según lo desee el usuario, tendrán un perfil psicológico, leer «en voz alta» tus correos electrónicos, “ligar” con otras mascotas cibernéticas, tener sexo e incluso ser infieles a sus parejas virtuales. En otras palabras, pueden ser tan honestos y/o depravados como el usuario… o la otra cara de su moralidad. Con esto, el uso de «emoticones» esos pequeños «dibujos» que se hacen con los caracteres del teclado y que alivian nuestras comunicaciones en Chats y nuestras lecturas en Foros y correos electrónicos, va a ser una expresión romántica de la escritura como hoy lo es el tintero y la pluma de ganso. Una sonrisa :-) , el semblante de tristeza :-( , la risa :-D , la sorpresa :-0 , la burla :-p (la «p» simula una lengua), la confusión :-/ , el llanto :’( , entre otras más, serán parte de los rudimentos de la informática en la que estamos insertos, sobre todo cuando entren activamente a tu Messenger (que según estimaciones, será pronto).

Esto me hizo recordar un pasaje de la película Yo Robot, adaptación de la obra homónima de Asimov. Donde un robot queda perplejo —si es que un robot puede estar en una condición semejante— cuando un humano le hace un guiño: Un robot es capturado en la comisaría acusado de asesinato. Mientras estuvo sentado frente a una mesa, quieto, algo semejante al sosiego, vio que del otro lado pasaba un ser humano —supuesta persona que podría ayudarle en su defensa— y en ese momento, el hombre éste le guiña el ojo y sonríe. El robot que queda viéndolo. Hace un movimiento en el párpado imitando al hombre pero, a diferencia de éste, el robot queda fijo en su lugar, inmutado. Más adelante, cuando ambos están juntos, el robot se le acerca al hombre y le pregunta: «¿Qué significa “esto [cierra el párpado]» Su cara muestra algo semejante a la consternación por no saber cómo insertar esa acción dentro de su código de lenguaje.

Dentro del diálogo que sostiene el robot con el hombre, el androide no logra comprender la función de la mentira, pues ha sido programado para decir la verdad, y le resulta materialmente imposible registrar el sentido de ese movimiento del párpado. Sabe que eso es ahora un «guiño» pero no logra entender su significado. De hecho, si nosotros, humanos, nos pusiéramos a explicar cada uno de los sentidos de este movimiento del párpado, comúnmente entendido cuando se usa, quedaríamos perplejos por el número de significados que podríamos entresacar, y más aún, explicarlos verbalmente sería un trabajo arduo.

Así pues, no estamos lejos de que nuestra computadora no sólo nos lea nuestros documentos, sino que nos cuestione cosas que no entiende y más aún, que llegase a recriminarnos por haber cometido una falta. ¿Y si un día nuestra computadora nos llega a comentar lo mismo que Terminator II (sí, el de Schwarzenegger ) le dijo al niño O’Connor, al final de la película: «Ahora sé que es lo que significan esas gotas de agua que salen de tus ojos»?
Sorprendente, verdaderamente sorprendente.
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lunes, octubre 31, 2005

Plop!

El colmo de la inteligencia suntuosa. Me encontré con una frase exuberante, inoportuna y con un vano alarde de inteligencia:

"...contradecirse es un arte, pocos lo hacen con talento."

Me parece que aquí se ostenta un ejercicio oneroso de lo intelectual. Es extraño, ahora resulta que hasta para equivocarse, debemos ser inteligentes, que el meter la pata puede tener un estilo estético.






De aquí lo traje.

domingo, octubre 30, 2005


«Pues mira, de soledades yo ya no quiero saber nada.» Esto me dijo por teléfono ayer un amigo, y entiendo lo que quiere decir. Su antigua novia se llama Soledad, una chica muy guapa e inteligente pero al mismo tiempo enojona y con espasmos de neurosis (no sé si reales, pero acaso muy cercanos). Ahora ella anda con un futbolista y creo que le va bien. Otra Soledad es su prima, chica agradable y sin tantas complicaciones como la anterior. Con quien tuvo problemas mi amigo fue con el novio. Las razones medianamente las desconozco y que así quede.
Y sí, a no todos les va bien cuando tienen una Soledad cerca.



sábado, octubre 29, 2005

Don Quijote: Lo heroico y absurdo en los Bloggs.

En uno de los pasajes, a mi gusto de los más sublimes de la literatura, tenemos a Don Quijote en la Sierra Morena. Ahí, el caballero de la Triste Figura delibera qué hazaña habrá de realizar para ingresar a las crónicas de la alta literatura caballeresca.

Después de hacer una apología al encantamiento y describir uno de los más hermosos pasajes sobre el amor de un caballero a su Dulcinea, Don Quijote decide enviar una carta a su doncella suscribiendo la devoción que tiene por ella, la más indiferente e inalcanzable de las bellezas nunca jamás concebida. «¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo en que por tu causa quedo: si gustaras de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte, El Caballero de la Triste Figura»

Sancho sería el mensajero y relator de las hazañas y cuitas cumplidas en su honor. Así, en un arrebato de espontánea locura, el Manchego decide quitarse los pantalones y, cubierto sólo por las faldas de la camisa, se pone a dar tumbos y vueltas, a brincar tocándose los pies con las manos, a pararse de cabeza «descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco

Una vez que se fue su escudero, y no satisfecho con hecho frente a él, Don Quijote decide hacer una cosa más en muestra de su devoción. Titubeando entre imitar a Amadís de Gaula, norte, sol y lucero de los valientes y enamorados, quien por melancolía se internó en Peña Pobre después de haber sido desdeñado por su amada Oriana, o dudando emular la furia loca de Roldán, quién arrancó árboles, mató pastores, destruyó ganados y «cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura» después de haber visto que su amada Angélica La Bella correspondía al amor de Medoro, Don Quijote opta por una tercera alternativa. Crea un rosario arrancándose las faldas de su camisa y haciéndole nudos; y así, aburriéndose entre miles de avemarías, en medio de una soledad apabullante en la espera de su escudero, el Caballero de la Triste Figura realiza la más poética de las acciones jamás realizada por caballero alguno, acto efímero que le hubo llevado a la inmortalidad: Don Quijote de la Mancha buscó entretenimiento «paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea
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[Don Quijote de l a Mancha, Caps. XXV-XXVI]
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¿Por qué escribo esto? A veces pienso que escribir en los Bloggs es un acto parecido al efectuado por nuestro Quijote, ese loco que nos lleva a realizar el más fugaz de los actos. Escribir en el ciberespacio es algo semejante a dejar poemas escritos en las cortezas y en la arena, un ejercicio tan solitario como esperar ser leído por alguien, espera kafkiana por el lector que nunca nos visitara, o por el que ha guardado testimonio de su presencia. Es una soledad extraña, muy íntima, igual a aquella que se nos muestra en los 5 segundos antes de dormir. Este Blogg sería un tributo a ella, como un libro puesto en el rincón más escondido de una librería esperando ser tomado por alguien.

¿Y por qué, no obstante lo dicho, sigo aquí, haciendo un rosario de palabras, colocando una tras otra, creándoles un sentido, aquí, hablando a solas como quien hablara para sí mismo? La respuesta puede estar con Kierkegaard, con Kierkegaard de nueva cuenta: el acto verdadero es aquel que se realiza en medio de la soledad, sin testigos, haciendo caso omiso del testimonio que podemos dejar para los otros. Un maestro de la soledad, dirá Kierkegaard, es Abraham quien lleva la mortal encomienda en un acto silencioso hacia Moriah. Otro maestro de la soledad es, según Nietzsche, Zarathustra.

Pareciera que el acto de la escritura se realiza para no ser leído más que por uno mismo, para no ser entendido más que por sí mismo, para contemplarse a sí mismo. ¿Y por qué continúo aquí? Porque a veces no me gusta estar solo, me aburro de mis manías y salgo a la calle para encontrarme con alguien. Es posible que encuentre a un/a lector/a incauto/a que hubiere llegado hasta esta parte de mi largo discurso. Si es así, enhorabuena.
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jueves, octubre 27, 2005

«Por eso nos rodeaste de enigmas»
Hölderlin.





The greatests, by Cat Power

miércoles, octubre 26, 2005

Hedoné

Epicuro afirma que la filosofía es el phármakon, el medicamento para contrarrestar las cuatro causas que llevan al hombre al sufrimiento: la muerte, el dolor, el temor a los dioses y, finalmente, para corregir las ideas falsas que tenemos acerca de lo que es el bien. Dice que una vez conseguido esto se logra estar feliz porque el placer conseguido nos conduce a la tranquilidad. Eso dice, pero no dejo de pensar que si lograra extirpar mis demonios me quedaría solo, completamente solo en una existencia aséptica y llena de sabiduría. Prefiero perderme en los vericuetos de la mortandad y seguir con la esperanza de que estos indiferentes dioses me harán caso cuando llegase a invocarlos. Vale.

martes, octubre 25, 2005

SUEÑOS Y DESIDERATUM

(Desde los deseos reprimidos de Freud, hasta las teorías modernas del irracionalismo)

Una amiga me mandó un correo pidiendo mi ayuda. Me comenta que recibió un correo de un conocido mutuo donde, en su post data, se relata un sueño. En ese sueño —dice él— ambos eran novios. Ella me pide ayuda para interpretarlo y yo no sé qué decir.
Lo que sentí fue un poco de sorpresa por el extraño juego que a veces sucede en los sueños. Una vez soñé con Jorge en traje de baño y también me sorprendí bastante. No se me ocurrió el sano deseo de pedir ayuda para comprender qué significaba. Recuerdo que cuando desperté me quedé sumamente consternado y, lo confieso, con mucha repulsión (¿¡Cómo que con Jorge!?). ¿Y a quién le hablaría para comentarle mi sueño para, al menos, desahogarme un poco?
Recuerdo que cuando fuimos a la playa varios amigos/as (entre ellos, Jorge) se me desató una especie de repulsión por la pueril condición de mi no-todavía-soñado-amigo. Estaba él ahí, retozando sus pies en la playa en compañía de una mujer de la cual se sentía atraído (y ella correspondiendo a esa atracción). Ahí, caminando con su trajecito de baño color azul, con nalguitas de niño consentido. Recuerdo que cuando lo vi me acordé de un compañero de la primaria que, en la sesión de deportes, siempre se quedaba sentado porque se cansaba muy rápido y dejaba de correr. Una vez vi a su mamá y era un manojo de mimos para con ese niño de quien ahora no recuerdo su nombre. Me dio mucho coraje de que ese niñito fuera un completo inútil, un completo flojo. Una de mis primeras aversiones a las personas flojas fue en la infancia, pero sobre todo a esas personas que son flojas y que esperan que alguien les haga las cosas. Cuando mi compañero se levantó y reanudó su carrera (yo había dado toda una vuelta a la pista y ahora estaba tras él), le di alcance y con el puño cerrado chocando en su espalda le dije «¡Córrele, pinche Hugo!» (ya recordé su nombre) mientras yo fruncía el ceño de coraje contenido y él lo fruncía de dolor. Tenía yo 8 años. Y ahora ahí estaba Jorge, jorgito, como le decían todos, con su voz de tenor lírico, haciendo falsetitos cuasifemeninos mientras le sonreía a la Magos (por supuesto, así no se llama).
Pero no hay nada tan extraño y esperanzador como soñar con una mujer bonita. Cuando mi amiga me comentó que un alguien había soñado con ella y que en ese sueño ambos eran novios, me acuerdo que yo tuve algo semejante, lo confieso, pero no llegué a tanto. —¿Cómo, él también ha soñado contigo—, pensé. Soñar con una mujer no sólo halaga sino que uno se siente importante, más importante que otras veces, y también te dan buenos motivos para hacer muchas cosas, como saltar de alegría, por ejemplo. Junto a una mujer bonita a uno le salen alas y se pueden se sacar fuerzas hasta del viento. Como dije, con mi amiga no soñé que éramos novios sino que ambos íbamos en un camión hacia no sé qué lugar del país. Ella dormía y yo no dejaba de ver su rostro mientras al otro lado de la ventana los árboles huían. Era como si yo fuera Prometeo robando el fuego del conocimiento, parecía que estuviéramos volando, como si la hubiera arrancado de los brazos de su falso novio y me la llevara a otro lado del mundo en lo que pasaba la tarde. Me gustan sus manos, siempre me han gustado, y el color de su piel que tal vez le puede fastidiar a ella para mí es un encanto, un embrujamiento sutil al cual yo caí desde un principio de todos los tiempos.
Le comenté que hay formas de concebir a los sueños. Con Freud, por ejemplo, en el sueño se realiza un deseo que en vigilia está reprimido (v. gr., como no tengo dinero y sueño con dinero para satisfacer mi deseo, al menos en sueños). Esta podría ser una línea de interpretación, sin embargo, no la única. Otras interpretacónes hacen una distinción y contraposición muy clara entre lo lumínico (de numen, luz) y lo anómico (lo que no se puede nombrar, a–nomos). El ámbito lumínico es conceptual, evidente, representable con palabras (la Ilustración del s. XVIII está iluminada por las luces de la razón), mientras que lo anómico prescinde de todo tipo de lenguaje, i.e. cualquier experiencia que concluya en lo inefable. Dentro de esta dicotomía —así continuaba yo tarareando mis lecciones sobre lo onírico mientras ella con su sonrisa llenaba todas mis ideas— se pueden entender los sueños como un discurso cuyo contenido semántico no es necesariamente el visible, el evidente (del lat. evidens, hacer ver) es decir, que lo mentado en los sueños —su significado o sentido, pues— no se reduce a un conjunto de enunciados racionales. De esta manera un sueño puede ser completamente transgresor del sentido porque es una experiencia que, en su seducción, lo trastoca todo...
Mi amiga es muy bonita. «¿Quién no ha soñado contigo?» —le pregunté al final de mi carta, coqueteando, y ella, seguramente, de ahora en adelante leerá las cartas mas no las post data que las concluyen.
Y de mis sueños, no me atrevo a afirmar nada de mis sueños porque, me parece, todos (o casi todos) escapan de cualquier explicación. Y aún la más sencilla de esas nos puede acarrear problemas. Que los sueños y sus juegos en los sueños queden.

martes, agosto 23, 2005

Bitácoras.

Muchas felicidades por lo de Lumbrera, sería genial poder asistir. Sí, ayer lei en El Universal el artículo "Weblogs alternativa para escritores", además vi todos los blogs que tiene ese periódico. Los blogs ada día tienen más trascendencia. Que bueno. Felicidades al Blog de la semana, lo visitaré.Ya nos platicarás como resultó la velada, seguro excelente. :)


Este mensaje es de Magda y es uno de lo comentarios de Exordium, de hamletmaschine, del día 23 de agosto. Me resulto atractivo en su contorno imposible.
Mientras más Blogs hay, la tendencia a escribir se hace más constante y el tiempo para leer blogs será cada vez más corto y, posiblemente, casi nulo. Todos, enfrascados en un continuo taka-taka en las teclas de la computadora. En este momento, el tiempo para leer otros blogs es muy estrecho, y como yo, muchos los habrá. Sin embargo, para qué escribir algo entonces. Uno normalmente escribe para ser leído... pero cuando esta sentencia constata en los Bloggs, haciéndose eco de lo que dicho por Mallarmé... que se «empieza a escribir para no ser leído», en el sencillo y fugaz ejercicio del pensamiento en voz alta, en grafía alta... ¿qué es lo que se desplaza entonces? No lo sé, pero es motivo de una larga reflexión que no termino de concluir por el momento.

El caso es que aquí sigo. Me intriga, me intriga.


lunes, agosto 22, 2005

Dia 1.1


Desde ayer he estado desesperándome poniendo al día mi blogg. ¿Haciendo qué? he intentado ponerle las chacharillas que tienen los otros blogs. Me llevó toda la mañana y parte de la tarde colocar las que ahora están insertadas. Por supuesto, después no tuve deseo de escribir nada, mejor decidí leer "Las palabras y las cosas" de Foucault y más tarde ver Nerón, en el canal 22 (tengo que regresar a Roma y a Grecia).

Ahora, hoy, un exámen de lógica, formalizaciones lógicas, cuantificadores existenciales y cuantificadores universales. Recibi una carta de mi ex-novia que viene a pasar sus vacaciones en México, se regresa a Francia dentro de dos semanas.
¿A alguien le interesará esto que escribo? No lo sé. Si no les interesa cambiarán de Blogg. El anterior mensaje, "Naderías", se lo escribí a ella mientras un ataque de nostalgia me invadió algún lejano e incierto día.

Por el momento es todo.

miércoles, junio 15, 2005

Kant para tercos o el Imperativo Categórico a la mexicana

(Fantasía en La Mayor a un tema de Katia D'Artigues)


Mi’na más, mi’na más.

Que ahora que sale Raul del reclu —no yo, sino otro menos peor que yo— y ya hasta en la manga tenía un libro que salió ayer mismo a la venta pública. “Diario del infierno de Almoloya”, de editorial Diana.

Que paso por la librería y me encuentro el librito, escrito nada menos que por el mismísimo Raul (sic.) Salinas de Gortari, y que después veo el noticiero por la noche y me lo encuentro, a Raul, en los pasillos del juzgado con su Pillow Book (ya estoy imaginándome al Greenaway retorciéndose en el su propio aceite de envidia por no concebir una megalotragedia como ésta).

Será por las prisas del editor o por manejar un grado de distinción cuasielitista del autor, o tal vez porque estando todo ese largo tiempo en el Reclusorio Sur no sólo perdió una parte de su vida —10 años— sino que también estuvo a punto de perder hasta una letra de su nombre… pero el caso es que al sólo perder su acento tal omisión se agradece en su nombre porque así se distinguen todos los Raúl —entre ellos yo— y aquel Raul, ese que ha sido víctima de sobornos contubernios y demás trapacerías de un no sé quién. Se podría decir que en el acento excluido se condensa explícitamente, metafóricamente y en un alto grado retórico de sinécdoque moral (y mortal, por qué no), la pérdida del honor, el ocaso que busca ser redimido por la opinión pública… algo así. ‘Ora resulta que’l Santo Patrono de los raúles se le estaba pasando la mano de tanto limpiar la mácula de su nombre… ¡voitelas!

Diario del infierno de Almoloya”… y no sé por qué pensé en “La Gloria por el infierno”… de Aline Hernández, no sé. El caso es que, y para eso se pintan solitos los publicistas y mercadólogos, tal y como Aline, Karina Yapor o la Trevi lo hicieron en su momento, comenzarán los Road Shows de Raul, los paseos/tour en todos los noticieros hablando de su tormento con algún Andrade encapuchado. Ya’sta lo veo con Juan José (que también debería carecer de acento su nombre) Origel o Fabiruchis. Pero como que ya se está poniendo de moda en infierno,

Pero suena interesante el argumento de validez que dio mi cuate Raul a Carlos Loret de Mola, antes de que mi sobajado cuasitocayo se enojara cuando lo entrevistó por el galán de los noticieros (imagínense a este galanazo en foto con Enrique Peña, candidato del PRI en Edomex, ¡par de metrosexuales! dirán los chicos con desdén y las chicas con furor): Que la verdad legal es la verdad histórica.

Será que tenga razón, será que algo le sabe a los historiadores positivistas, esos de la concretud de los documentos. Será que estando en el reclu se dio de momentos para cavilar algo del valor científico de la historia, pero el chiste algo hay de razón en su dicho cesudo y menudo. Qué le vamos a hacer, son los defectos de la metodología científica que pretenden las humanidades.

Y, pues sí, la verdad está en los documentos, y si las conclusiones de ellos se asientan la inocencia de Raul, Raul pasará a la historia como inocente. Pero sólo hasta orita, porque bien dice el mi cuate Ricoeur (qepd), el maestro de maestros del sospechosismo: que la verdad de la verdad, la neta del planeta es susceptible de interpretaciones distintas porque hay intereses y motivaciones ocultos, escondidos ahí entre las telarañas de la conciencia (de Salinas)… que la interpretación de los documentos va cambiando… que ahora prevalecen unos intereses y hay una verdad, y después habrá otras Comisiones de la Verdá que dirán que la verdad de ahorita estuvo manoseada… En otras letras, la telenovela to’vía le falta, que’sta historia va pa’ largos pliegos mientras seamos de arcilla mundana… y si la historia la escriben los vencedores en los tribunales… pue’ como que ya voy entendiendo quen es el innombrable entonces: Pedro Páramo.

El caso es que ahora mi querido cuasitocayo vendrá a lamentarse a los noticieros diciendo lo mismo que decía hace unas cuantas lunas en Sr. López: que es una víctima más del sistema (¿?)… que son puros inventos, que él, como muchos de los mexicanos que están en los reclusorios estatales y federales, es inocente… Ya na’ más le faltaba decir que los verdaderos delincuentes están en la calle (qué quemón se hubiera dado, porque ya salió, y de paso a nosotros también, por estar afuera)… mejor nos vamos yendo pa’ dentro porque si ni en el infierno quieren a estos malucas… como que allá vamos a estar mas tranquilos. Híjole, ya ni la muelas Raul; y eso que quieres proteger las instuituciones. Luego por eso se anda enojando Rubén Aguilar, el vocero de la Presidencia Foxista, y nos anda llamando “mezquinos” porque no reconocemos los avances que el gobierno federal ha tenido en contra de la delincuencia.

Bien como dice Felipe Calderón, suspirante a la candidatura del PAN para la Presidencia, entre la inocencia/libertad de Raul Salinas y la de Michael Jackson... como que uno ya ni sabe a quién irle. Ya na'mas le falta que Alonso Aguilar Zinser, abogado de Raul, le diga el refrán ese que el abogado de Michael le dijo a su cliente: que ya no se acostará de nueva cuenta con niños... seguramente para que no amanezca mojado otra vez.

¿Y todo por qué? Por el "cochino dinero", tal y como le dijo Raul a López Dóriga en la noche, cuando se refirió a la muerte de su hermano Enrique por causas de extorsión. Bien lo dijo mi tío Jacobo Zabludovski: con estos políticos mejor hay que usar el sospechocinismo. Pos ora quén es el malo y quén es la’scopeta.

Ya ni la riegan.


Para despistados:

Raul (sic.) Salinas es hermano de nuestro queridísimo expresidente Carlos Salinas de Gortari durante el sexenio 1988-1994. Periodo en el cual se detentó un crecimiento económico que a la postre resultó ser ficticio… devaluaciones, muertes extrañas, crisis económica y demás dolores de tripas fueron consecuencias de al encontronazo con una realidad 'rara'. Extraños totemismos surgieron entorno a la figura de un Carlos Salinas, después de todo esto: animalejo con alas de murciélago y cabeza de chupacabras… arquetipo de las fuerzas del mal, de la corrupción, como siempre. A Raul se le encarceló por fraude y por el asesinato de un funcionario público siendo desde ese momento nombrado el “hermano incómodo”, apelativo que con buen tino bautizó Julio Scherer (periodista mexicano de amplio prestigio) para representar a uno de los integrantes de la familia presidencial, así como para satirizar el completo debacle de la imagen de un México otrora próspero.