domingo, enero 22, 2006

Especulaciones de un pirómano.

El amor es una flor que nace de una noche temerosa.
Kierkegaard


A pesar de lo que digan las estadísticas, los sabios consejos de los entrañables amigos y amigas, y aunque nuestras propias advertencias que como pequeña conciencia te recomiendan y/o regañan que no lo hagas, siempre será bueno perder la cabeza por alguien. Recuerdo que Goethe decía que nos comportamos con respecto al amor como unos mosquitos que vuelan deslumbrados alrededor de la llama de una vela por la noche. Así nos encandilamos, decía en Werther, el amor es un fuego inocente que nos lleva irremediablemente a la muerte. Y es posible que no sea necesariamente una muerte física, pues hay distintas formas de padecer pequeñas muertes en vida. «Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero», decía Santa Teresa de Ávila.

El caso es que la historia de la literatura y la historia de los hombres está llena de estos deslumbrantes pero mortales encuentros amorosos, y posiblemente nuestra anodina vida se reduzca a encarnar tal encuentro, a hacer propia esa experiencia. En un pasaje del Fedro, insigne diálogo platónico sobre la belleza y el amor, vemos al desesperado Lisias tratando de convencer agraciado Fedro de que —contrario a lo que pudiera pensarse— «el arte de amar consiste en amar a quien no se ama». Sin duda, Lisias ya había perdido la cabeza para recurrir a este tipo de argumentaciones rebuscadas; aunque más rebuscada será la argumentación del propio Sócrates ahí, cuando más adelante dice que el arte de amar consiste, más bien, en que el alma del hombre cumpla su destino: llegar a «un lugar más allá del cielo» (topos hyperouranios) mediante la teoría (contemplando a la “diosa verdad”, según la acepción etimológica de teoría), ascendiendo por una escala que la llevaría a ese lugar supraceleste.

Por lo que se ve, Sócrates no sólo perdió la cabeza, tal vez ya ni la tenía desde que vio a lo lejos a Fedro y bien pudo haber sublimado sus deseos amorosos en una teoría dirigida a la región supraceleste, tal y como pudiera haberlo hecho Santa Teresa quizá, o como uno llega a hacerlo cuando ve a una chica que nos arrebata la atención, deformándonos el sentido de la congruencia a tal grado de jurar haberla visto caminando como diosa, casi en cámara lenta, mientras que el viento acaricia su cabello, para envidia nuestra, prolongándolo en un juego cruel de sofisticada inmediatez teórica.

Y es que el cortejo amoroso tal vez consista en que un descabezado/a descabece a su futura contraparte, posiblemente resida en convencer a la futura descabezada/o que lo mejor que se debe hacer en esta desolada vida es quitarse la cabeza y ponerse a jugar el serio juego del amor con ella, quitarse la cabeza para descubrir en la soledad de los amantes las distintas formas de vivir sin ella. Claro, todas las teorías que se puedan derivar de esta práctica sólo podrán ser resultado de una sublimación de la persona amada, una impostación de esta intuitiva y fogosa prórroga que se va dilatando como un incontrolable encanto.

«El amor es una flor que nace de una noche temerosa. Es como el nenúfar, que posa su cáliz blanco en las superficies de las aguas, al mismo tiempo que sus raíces se sumerge allá abajo en una sombría oscuridad de la que la mirada se aparta horrorizada.» Falsa promesa de infinitud, insomnio tortuoso cuando fenece, el amor nos va consumiendo lentamente hasta dejar desnudos los huesos, dolorosamente agotados y con unos cuantos meses/años perdidos. Tal vez por eso dirán los sabios que el mejor amor no es el físico sino el sublime, y es que habrá razón de eso porque al menos las ideas no son inestables emocionalmente como la pareja, ni celosas, al menos no lo son tanto. Huyen ellas, las ideas, del cuerpo y se colocan lo más alejado de él, en la cabeza, y cuando pueden buscan quedarse en los libros.

Ayer estuve con una guapa despechada que jura no perder la cabeza de nueva cuenta por alguien, ni morir por no morir. Por raro que parezca, yo tampoco entiendo porqué la dejó. Y ahí estuvo ella, diciéndome que quiso convencerlo de que el amor consiste en amar a quien no se ama, convencerlo y convencerse, alternando entre Lisias y Fedro, de que en eso consiste el esfuerzo amoroso. Y es que a veces no queda mas que hechar mano en algún momento de esa teoría desesperada como último recurso ante lo imposible.

Yo en cambio, si hubiera sido él, posíblemente terminaría como Sócrates, hablando del cielo con ella. Quizá también me la llevaría lejos, más allá del cielo, le hablaría de la inmortalidad del alma, su alma, y haría una constelación jerarquizada de las ideas donde ella sería la más hermosa de esas teorías. Y si toda esa constelación se desbaratara, quedaríamos abrazados, sin miedo, suspendidos en el infinito. «Y si tienes miedo, aférrate a mí que yo no tengo. Porque cuando el pensamiento tiene una idea el cuerpo no tiene miedo. Y yo sólo pienso en tí», decia Juan a su Cordelia. Claro, si hubiera sido él hubiera hecho todo esto pero, como saben, yo no soy él, y ella tiene, literalmente, la cabeza en otro lado. Pero ya lo decía Neruda «corto es el amor y largo el olvido», ella todavía no empieza a olvidar y creo que la vida es una larga espera donde unas veces somos esperados y otras nos mantenemos esperando.

Por el momento sólo me queda la vacua teoría kierkergardiana de la "resignación infinita" que constato de nueva cuenta: ser poeta, aceptar la pesadez del cuerpo sin poder hacer otra cosa mas que contemplar y admirar, esperar que un día pueda dar ese salto al infinito.

En fin, y a pesar de lo que digan las estadísticas sobre las resacas emocionales, yo habré de jugar con fuego aunque termine como querubín, ardiendo.


Como para volverse loco, en definitiva.











"Y el estudio de la lección nos ofrecía los encuentros secretos que el amor deseaba. Abríamos los libros, pero pasaban ante nosotros más palabras de amor que de la lección. Había más besos que palabras. Mis manos se dirigían más fácilmente a sus pechos que a los libros."

Carta de Abelardo a Eloísa (fotografía y fragmento cortesía de Patricio).




4 comentarios:

Portobello dijo...

Que hermoso texto sobre algo tan díficil como el tema del amor. Esa extraña drogadicción del cuerpo y mente. Corto es el amor y largo es el olvido, seria lo más auténtico que he oído. La pesadez de esa carga que arrastra toda alma sensible a esas sensaciones, que desea caer en esa trampa, ese goce del "ni contigo ni sin ti", de un constante sin vivir. Un abrazo, me ha fascinado

eLeNa fLores dijo...

ah, canijo!!! mis ojitos no soportan tanta luz y no del texto- que dicho sea de paso es muy bueno-sino de tu templete a comentar, ah!
eso del amor, ya ni me acuerdo a que sabe... el amor sabe a algo o es invento mio?

POLAF dijo...

He leído varias veces tu post, he mirado cada una de las imágenes y me detuve en los detalles de la pintura de Vignaud. Miré como el sostiene con su mano, la nuca de ella, y como ella posa ingrávidamente, su mano sobra la de él. La luz que no proviene de una ventana, pero de dentro, del mismo cuerpo y se manifiesta en esa piel tan blanca. La pluma en la mesa, el libro saliendo de una caja en el suelo, recién abandonado por una caricia, y el intruso, siempre ese ser nefasto que intenta destruir el salto al infinito ¿Será la envidia de aquellos pesados cuerpos, codiciando la levedad del espíritu de los enamorados?

Me gustó mucho tu post. Y yo, al igual que tu, siempre jugaré con fuego. Ya me he quemado y pese al dolor, no me arrepiento ni me resigno, aún cuando esa resignación me tiente con aires de infinitud y termine por conformarme, con ese amor sublime del que hablas. Pero bueno, al fin y al cabo, es igual de real.
Un abrazo,
Pola(f)

Anónimo dijo...

Te sigo buscando. No sé por qué ni para qué... A veces pienso que es por ese no saber mio que te pierdo todos los días.
Estás en mí y pretendo creer que eso basta para callar la tristeza con la que sueño. Sueño contigo. Pero no basta.
Sé que debo guardar silencio, que debo evitar buscarte, espiarte o leerte... pero no puedo.

Me alegró verte y escucharte el otro día. Me hubiera gustado llenarme de ti, de tus ojos, de tus labios, de tu voz, de tu aliento. Adiós.