Soy una persona que después de haber tenido una vida de novela, de mala novela, ha caído en la escritura como refugio de su propia existencia. Escribo porque no tengo otra opción, porque lo he intentado todo, casi todo, y me he resignado a que la mejor forma de vivir una vida intensa pero sin padecer sus tristes peligros es a través de la escritura, del pensamiento, la reflexión y la literatura.
George Sand, después de haber viajado por países, escalado montañas y soportado fríos inviernos a la intemperie, se dio cuenta en Mallorca que sus mejores viajes los había realizado sentada en su viejo sillón, frente a la chimenea, con un libro en la mano. Al modo de ella he decidido redactar mi vida sólo para mí mismo, seré como un Descartes de la escritura, me sentaré en mi sillón a buscar ideas claras y distintas. Me dedicaré a contarme mi propia vida para anticiparme metódicamente a mis infortunios, para darles un cariz estético que los haga mejor llevaderos. Posiblemente me haga poeta, quizá en la biografía de un Rimbaud puesta de cabeza. Me sentaré a leer todos los libros desde el final hacia el principio para hacer toda una fenomenología de los espíritus individuales. Tal vez encuentre un trabajo de prologuista o en un instituto, seré como alguno de esos hombres solitarios y misóginos que viven escribiendo para sus becas, o uno de eso profesores de preparatoria que son incapaces de compartir el café de su desayuno.
«Las artes requieren testigos» —decía Valery testificando a Marmontel— y pienso que mi nueva vida, para que sea artística, no puede exisir en sí misma, no debe existir en sí misma. Para que mi vida exista debe ser comprendida por algo o por alguien, por eso es necesario que sea contada al menos a un lector imaginario, a una almohada o aunque sea a uno mismo. Qué importa el ágrafo de Sócrates, prefiero a Platón.
Pero no, yo no seré un escritor, sólo quiero escribir. Seré un Tenorio, ese personaje de Vila–Matas, y me dedicaré a contarme mi propia vida, mi propia historia real que hable del paso del tiempo. Sé que esta será una vida de muerto, y así es. He decidido terminar con mi vida. Seré un significador de ella porque los que viven su vida se vuelven insignificantes, como ese cúmulo de lápidas sin nombre que resguarda a aquellos soldados desconocidos que lucharon por la batalla de la vida.
Prefiero narrar a lápiz que ser narrado con bolígrafo. El grafito es más noble, te permite jugar a Dios, puedo enmendarlo todo sin dejar marcas, tachones ni la plana sucia. Kierkegaard decía que «si escribieramos de vez en cuando todo lo que nos acontece en la vida podríamos, sin pensar en ellos, volvernos filósofos.» Pues bien, yo seré uno de tiempo completo. Vivir o escribir, la paradoja está resuelta. El "justo medio" aristotélico es sólo un desideratum de la razón, uno de sus tantos artificios que se cumplen a regañadientes.
Finalmente creo que soy como la mayoría de todos esos Tenorio que ya no les queda otro remedio mas que escribir, leer y escribir, porque no pueden ser otra cosa, porque ya no quieren hacer otra cosa mas que contarse su propia vida en forma literaria, con la pipa apagada, masticando las mismas ideas y planteando de forma exagerada sus trilladas dicotomías imaginarias.