martes, octubre 25, 2005

SUEÑOS Y DESIDERATUM

(Desde los deseos reprimidos de Freud, hasta las teorías modernas del irracionalismo)

Una amiga me mandó un correo pidiendo mi ayuda. Me comenta que recibió un correo de un conocido mutuo donde, en su post data, se relata un sueño. En ese sueño —dice él— ambos eran novios. Ella me pide ayuda para interpretarlo y yo no sé qué decir.
Lo que sentí fue un poco de sorpresa por el extraño juego que a veces sucede en los sueños. Una vez soñé con Jorge en traje de baño y también me sorprendí bastante. No se me ocurrió el sano deseo de pedir ayuda para comprender qué significaba. Recuerdo que cuando desperté me quedé sumamente consternado y, lo confieso, con mucha repulsión (¿¡Cómo que con Jorge!?). ¿Y a quién le hablaría para comentarle mi sueño para, al menos, desahogarme un poco?
Recuerdo que cuando fuimos a la playa varios amigos/as (entre ellos, Jorge) se me desató una especie de repulsión por la pueril condición de mi no-todavía-soñado-amigo. Estaba él ahí, retozando sus pies en la playa en compañía de una mujer de la cual se sentía atraído (y ella correspondiendo a esa atracción). Ahí, caminando con su trajecito de baño color azul, con nalguitas de niño consentido. Recuerdo que cuando lo vi me acordé de un compañero de la primaria que, en la sesión de deportes, siempre se quedaba sentado porque se cansaba muy rápido y dejaba de correr. Una vez vi a su mamá y era un manojo de mimos para con ese niño de quien ahora no recuerdo su nombre. Me dio mucho coraje de que ese niñito fuera un completo inútil, un completo flojo. Una de mis primeras aversiones a las personas flojas fue en la infancia, pero sobre todo a esas personas que son flojas y que esperan que alguien les haga las cosas. Cuando mi compañero se levantó y reanudó su carrera (yo había dado toda una vuelta a la pista y ahora estaba tras él), le di alcance y con el puño cerrado chocando en su espalda le dije «¡Córrele, pinche Hugo!» (ya recordé su nombre) mientras yo fruncía el ceño de coraje contenido y él lo fruncía de dolor. Tenía yo 8 años. Y ahora ahí estaba Jorge, jorgito, como le decían todos, con su voz de tenor lírico, haciendo falsetitos cuasifemeninos mientras le sonreía a la Magos (por supuesto, así no se llama).
Pero no hay nada tan extraño y esperanzador como soñar con una mujer bonita. Cuando mi amiga me comentó que un alguien había soñado con ella y que en ese sueño ambos eran novios, me acuerdo que yo tuve algo semejante, lo confieso, pero no llegué a tanto. —¿Cómo, él también ha soñado contigo—, pensé. Soñar con una mujer no sólo halaga sino que uno se siente importante, más importante que otras veces, y también te dan buenos motivos para hacer muchas cosas, como saltar de alegría, por ejemplo. Junto a una mujer bonita a uno le salen alas y se pueden se sacar fuerzas hasta del viento. Como dije, con mi amiga no soñé que éramos novios sino que ambos íbamos en un camión hacia no sé qué lugar del país. Ella dormía y yo no dejaba de ver su rostro mientras al otro lado de la ventana los árboles huían. Era como si yo fuera Prometeo robando el fuego del conocimiento, parecía que estuviéramos volando, como si la hubiera arrancado de los brazos de su falso novio y me la llevara a otro lado del mundo en lo que pasaba la tarde. Me gustan sus manos, siempre me han gustado, y el color de su piel que tal vez le puede fastidiar a ella para mí es un encanto, un embrujamiento sutil al cual yo caí desde un principio de todos los tiempos.
Le comenté que hay formas de concebir a los sueños. Con Freud, por ejemplo, en el sueño se realiza un deseo que en vigilia está reprimido (v. gr., como no tengo dinero y sueño con dinero para satisfacer mi deseo, al menos en sueños). Esta podría ser una línea de interpretación, sin embargo, no la única. Otras interpretacónes hacen una distinción y contraposición muy clara entre lo lumínico (de numen, luz) y lo anómico (lo que no se puede nombrar, a–nomos). El ámbito lumínico es conceptual, evidente, representable con palabras (la Ilustración del s. XVIII está iluminada por las luces de la razón), mientras que lo anómico prescinde de todo tipo de lenguaje, i.e. cualquier experiencia que concluya en lo inefable. Dentro de esta dicotomía —así continuaba yo tarareando mis lecciones sobre lo onírico mientras ella con su sonrisa llenaba todas mis ideas— se pueden entender los sueños como un discurso cuyo contenido semántico no es necesariamente el visible, el evidente (del lat. evidens, hacer ver) es decir, que lo mentado en los sueños —su significado o sentido, pues— no se reduce a un conjunto de enunciados racionales. De esta manera un sueño puede ser completamente transgresor del sentido porque es una experiencia que, en su seducción, lo trastoca todo...
Mi amiga es muy bonita. «¿Quién no ha soñado contigo?» —le pregunté al final de mi carta, coqueteando, y ella, seguramente, de ahora en adelante leerá las cartas mas no las post data que las concluyen.
Y de mis sueños, no me atrevo a afirmar nada de mis sueños porque, me parece, todos (o casi todos) escapan de cualquier explicación. Y aún la más sencilla de esas nos puede acarrear problemas. Que los sueños y sus juegos en los sueños queden.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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Dora