¿Existe una indolencia estética en las palabras Arte, Humanidad, Dios, y demás grandes representaciones de los ideales humanos?
Kierkegaard afirmaba que el poeta es como esos «pobres infelices que eran quemados a fuego lento en el interior del toro de Falaris: sus gritos no llegaban a los oídos del tirano causándole espanto, sino que le sonaban como la más suave música». En esta imagen se nos muestra por un lado que el artista es un hombre incomprendido y por otro que el ejercicio del arte está más allá del glamour de la representación.
Ser artista no es un honor sino una carga que se lleva a cuestas, o expresado de otra forma, el artista ejerce su oficio en medio de una terrible soledad. Así también lo entendía Kazantzakis en “La Última Tentación” donde retrata a Jesús cuestionando a su Padre por qué tuvo ser él quien dejara la tranquilidad de la vida de carpintero para fungir como redentor de los hombres. Encarnar una idea, en este caso una imagen divina, conlleva un trayecto doloroso comparable con la experiencia amarga del artista.
Para ambos casos, en Jesús como en el artista, las cosas no son lo que parecen, dirá Kierkegaard. Encarnar una idea implica un desgarro interno pero de ejecución sublime, casi artística, casi divina; además, profundamente solitaria y con un lenguaje ininteligible. Por eso el auténtico arte, dirá, no es el que se está llevando los aplausos y los brindis, sino aquel que queda recluido entre la malla de palabras, encarcelado detrás de un majestuoso discurso que sublima el dolor en un ahogo de incomprención.
Por eso también una imagen, cualquier imagen, exaltará una idea pero difícilmente nos dirá algo de aquel quien la experimenta. En esto consiste su tiranía, las imágenes exaltan una idea porque ellas mismas son una idea, una representación. El toro de Falaris nada nos dice de aquel que es torturado ahí dentro, en la Biblia se exalta la renuncia de lo terreno en pos de lo divino, pero nada nos dice de los dolores que causó esa renuncia porque éstos quedan subordinados o embozados por una idea que les da sentido o razón de ser, y una agencia periodística puede galardonar una foto que retrate artísticamente la miseria que hay en el mundo. ¿O es que acaso en medio de un padecimiento intensamente triste uno se dice a sí mismo: “todo está bien, porque yo soy quien lleva a cuestas el mundo y gracias a mí los demás reposan”? Pareciera que no. Antes bien, uno se siente, en palabras de Hölderlin, en duelo, desvaneciéndose, cayendo ciegamente impulsado hora tras hora, como el agua que va resbalando en los despeñaderos mientras pasan los años, cediendo a lo Incierto.
Y quizá por eso Walter Benjamín criticaba la «nueva objetividad» que instauraba la fotografía porque ahora la miseria es objeto de consumo y de disfrute, porque deleita a los sentidos y se pueden conseguir postales sobre la miseria en las librerías u ONG's o muchas de estas imágenes como las que aquí presento son asequibles en cualquier parte de la red.
Ser artista no es un honor sino una carga que se lleva a cuestas, o expresado de otra forma, el artista ejerce su oficio en medio de una terrible soledad. Así también lo entendía Kazantzakis en “La Última Tentación” donde retrata a Jesús cuestionando a su Padre por qué tuvo ser él quien dejara la tranquilidad de la vida de carpintero para fungir como redentor de los hombres. Encarnar una idea, en este caso una imagen divina, conlleva un trayecto doloroso comparable con la experiencia amarga del artista.
Para ambos casos, en Jesús como en el artista, las cosas no son lo que parecen, dirá Kierkegaard. Encarnar una idea implica un desgarro interno pero de ejecución sublime, casi artística, casi divina; además, profundamente solitaria y con un lenguaje ininteligible. Por eso el auténtico arte, dirá, no es el que se está llevando los aplausos y los brindis, sino aquel que queda recluido entre la malla de palabras, encarcelado detrás de un majestuoso discurso que sublima el dolor en un ahogo de incomprención.
Por eso también una imagen, cualquier imagen, exaltará una idea pero difícilmente nos dirá algo de aquel quien la experimenta. En esto consiste su tiranía, las imágenes exaltan una idea porque ellas mismas son una idea, una representación. El toro de Falaris nada nos dice de aquel que es torturado ahí dentro, en la Biblia se exalta la renuncia de lo terreno en pos de lo divino, pero nada nos dice de los dolores que causó esa renuncia porque éstos quedan subordinados o embozados por una idea que les da sentido o razón de ser, y una agencia periodística puede galardonar una foto que retrate artísticamente la miseria que hay en el mundo. ¿O es que acaso en medio de un padecimiento intensamente triste uno se dice a sí mismo: “todo está bien, porque yo soy quien lleva a cuestas el mundo y gracias a mí los demás reposan”? Pareciera que no. Antes bien, uno se siente, en palabras de Hölderlin, en duelo, desvaneciéndose, cayendo ciegamente impulsado hora tras hora, como el agua que va resbalando en los despeñaderos mientras pasan los años, cediendo a lo Incierto.
Y quizá por eso Walter Benjamín criticaba la «nueva objetividad» que instauraba la fotografía porque ahora la miseria es objeto de consumo y de disfrute, porque deleita a los sentidos y se pueden conseguir postales sobre la miseria en las librerías u ONG's o muchas de estas imágenes como las que aquí presento son asequibles en cualquier parte de la red.
Existe una tiranía de la imagen porque hay una estadarización y embellecimiento el dolor humano, una esteticidad consumible en un mercado de productos, susceptible además --como consecuencia de este gourmet visual y/o reflexivo-- de galardones y medallas al mérito artístico. El refinamiento del dolor y la muerte en un sentido sibarita y siniestro. Tal y como también lo llegan a ser, paradójicamente, estas palabras que albergan un sobrepuesto perfil estético del pensamiento.
Quizá cuando se llegue uno a acostumbrarse a todo esto, cuando uno vea imágenes como las aquí colocadas y sienta dolor, compasión (tal y como cuando se va al cine o al teatro para consumir y reflexionar este tipo de sentimientos), y después de esto uno dé contribucines monetarias o morales a las organizaciones filantrópicas, mitigando la incuria con el formol de los ideales, quizá, ahí algo ya esté perdido.
____________________________
Satyagraha, fuerza que nace de la verdad y el amor —del sánscrito Satya, verdad, (implica amor) y graha, firmeza (engendra y simboliza la fuerza)—, disco de Philip Glass realizado bajo la consigna de hacer un homenaje a Gandhi. Uno ejemplo más de lo que aquí he dicho.
4 comentarios:
Perdona intentaba poner un comentario y no sé ni donde me he ido. Enfin te decía que me gusta el discurso. Bien preparado. Siento no haberte colocado en mi ruta latinoamericana cuando hablé el jueves por la radio. Un saludo
Me recordó un poco a Capote cuando dice que Dios dá un látigo.
Saludos..
pd. Me llamo daniela y estudio letras, un gusto conocer tu blog
¿No es acaso la fotografía un espectro, la desaparición del hombre que resucita convertido en objeto, en muerte al fin? Pensaba en ese glamour, esa tiranía de la imagen y recordé a Barthes y su Cámara Lúcida que habla sobre la fotografía, te lo cito mejor:
"La fotografía representa ese momento sutil en que, a decir verdad, no soy ni sujeto ni objeto, sino más bien un sujeto que se siente devenir objeto: vivo entonces una microexperiencia de la muerte: me convierto verdaderamente en espectro. El Fotógrafo lo sabe perfectamente, y él mismo tiene miedo (aunque sea sólo por razones comerciales) de esta muerte en la cual su gesto va a embalsamarme... diríase que, aterrado, el Fotógrafo debe luchar tremendamente para que la fotografía no sea la Muerte. Pero yo, objeto ya, no lucho Presiento que de esta pesadilla habré de ser despertado más duramente aún; pues no sé lo que la sociedad hace de mi foto, lo que lee en ella, pero, cuando me descubro en el producto de esta operación, lo que veo es que me he convertido en Todo-Imagen, es decir, en la Muerte en persona; los otros –el Otro- me despojan de mí mismo, hacen de mi, ferozmente, un objeto, a su disposición, clasificado en un fichero, preparado para todos los sutiles trucajes: un excelente fotógrafo, un día me fotografió; creí leer en esa imagen la pesadumbre de un reciente duelo: por una vez la Fotografía me reproducía a mi mismo; pero algo más tarde encontré esta misma foto en la tapa de un libelo; mediante el artificio de un tiraje, yo tenía sólo un horrible rostro desinteriorizado, siniestro e ingrato como la imagen que los autores del libro querían dar de mi lenguaje... En el fondo, a lo que tiendo en la foto que toman de mí, es a la Muerte”
uf! Disculpa lo extenso...:-)
Gracias por el link, en efecto, muy interesante el blog. Un abrazo,
Polaf, me trajiste a la memoria Historia de Lisboa , de Win Wenders.
Quizá recuerdes, en caso de que la hayas visto, a Friedrich Munro, cineasta que va a Lisboa a grabar una película. Después de entrar en una crisis producto de sus reflexiones sobre la grandeza o miseria del lenguaje fílmico y la mercadotecnia de la imágen, Munro decide, en un arrebato de extravagancia, caminar por las calles de Lisboa filmando con su cámara en la espalda, caminando y filmando imágenes que nadie verá, ni él mismo. Todo esto, en un afán de mantener protegido el mundo del ojo humano.
Zuriñe, ya habrá nuevas ocasiones.
Lejana. Ya compartiremos a Capote.
Publicar un comentario