«El lector de poesía es el mejor lector, porque no quiere que le cuenten cuentos. El mismo lenguaje te lo dice: de “novela” salió la palabra “novelería”, que es “tontería”, pero de poesía no puede salir nada. Faulkner decía que cualquier persona de cultura media puede escribir novela. Basta con colocar una sucesión de hechos en un libro y tienes una novela. Pero un buen poema… ah, no, eso no lo hace cualquiera… El lector de poesía es un soñador, es un melancólico, es un nostálgico de ese ser completo que no tenemos. Nunca somos seres completos, siempre tenemos un sentimiento de falta y es ese lugar donde está la poesía.»
Siempre he sido un mal lector de poesía. Lo extraño es que me sé poemas de memoria, algunos de ellos los he aprendido por decepciones amorosas y otros los llevo porque me han aliviado en mucho a expresar el habla de la palabra. Pero aun así, no dejo de sentir que siempre he sido mal lector de poesía, un lector de cultura media, en términos de Cristina Peri. Y cuando voy a las librerías, lo que menos busco son libros de poesía, casi nunca los busco. Me puedo pasar toda una tarde, o varias tardes, según mi eventual holgazanería social, recorriendo los pasillos de las librerías o los estantes de una biblioteca pero nunca, o casi nunca, cerca de los libros de poesía.
Casi todos los libros de poemas que tengo me los he topado el cualquier estante de las librerías, ahí perdidos, olvidados, abandonados. Y es posible que lo comprara si, hojeándolo, encuentrase algo, un «no se qué» que me atrape. Pero casi nunca encuentro nada, casi nunca, porque sí tengo algunos libros de poesía entre mis otros libros. Algunos buenos libros de poesía, pienso, y otros que no logro captar del todo porque, creo, soy un mal lector de poesía.
No me llaman la atención los poetas. Conozco a varios, algunos buenos, dicen, y otros (o casi todos) malos, digo yo porque soy mal lector de poesía. Lo cierto es que escribo diferente después de haberme percatado de lo extraño de la poesía. Las ideas comienzan a jugar solas, sin que yo intervenga, y eso me gusta. Por eso veces admiro a los poetas por ver lo que yo no veo y otras veces los cuestiono por dejar tanto espacio en blanco.
No sé, quería decirles que soy un mal lector de poesía cuando ví este mensaje, pero no acabo confundiéndome solo. No me gustan los poemas, los poetas, ni sus frases iteradas, sí la poesía, incluso aquella puesta ocasinalmente en palabra.
Siempre he sido un mal lector de poesía. Lo extraño es que me sé poemas de memoria, algunos de ellos los he aprendido por decepciones amorosas y otros los llevo porque me han aliviado en mucho a expresar el habla de la palabra. Pero aun así, no dejo de sentir que siempre he sido mal lector de poesía, un lector de cultura media, en términos de Cristina Peri. Y cuando voy a las librerías, lo que menos busco son libros de poesía, casi nunca los busco. Me puedo pasar toda una tarde, o varias tardes, según mi eventual holgazanería social, recorriendo los pasillos de las librerías o los estantes de una biblioteca pero nunca, o casi nunca, cerca de los libros de poesía.
Casi todos los libros de poemas que tengo me los he topado el cualquier estante de las librerías, ahí perdidos, olvidados, abandonados. Y es posible que lo comprara si, hojeándolo, encuentrase algo, un «no se qué» que me atrape. Pero casi nunca encuentro nada, casi nunca, porque sí tengo algunos libros de poesía entre mis otros libros. Algunos buenos libros de poesía, pienso, y otros que no logro captar del todo porque, creo, soy un mal lector de poesía.
No me llaman la atención los poetas. Conozco a varios, algunos buenos, dicen, y otros (o casi todos) malos, digo yo porque soy mal lector de poesía. Lo cierto es que escribo diferente después de haberme percatado de lo extraño de la poesía. Las ideas comienzan a jugar solas, sin que yo intervenga, y eso me gusta. Por eso veces admiro a los poetas por ver lo que yo no veo y otras veces los cuestiono por dejar tanto espacio en blanco.
No sé, quería decirles que soy un mal lector de poesía cuando ví este mensaje, pero no acabo confundiéndome solo. No me gustan los poemas, los poetas, ni sus frases iteradas, sí la poesía, incluso aquella puesta ocasinalmente en palabra.
6 comentarios:
Pues si tú eres un mal lector, te acompaño en el camino. Puedo leer otras muchas cosas, pero la poesía me cuesta cierto trabajo. Son contados los y las poetas a los que puedo leer por más de 5 minutos sin que me cansen. Pero, bueno, no somos lectores perfectos.
Pero es que hay poesía y poesía, no toda es la mescolanza esa de sentimientos putrefactos que dicen que sin ti me muero y no puedo respirar. Hay poesía que es cuento y que es novela, a pesar de lo que dice Peri Rossi, que, por cierto, no es la observadora más imparcial. Pero es cierto que hoy en día se lee menos poesía -- y eso quizás se deba a la necesidad de que vuelva a renovarse, como lo hizo ya una vez cuando dejó de lado la obligación de la rima y métrica.
Ver mi Libro abierto.
La poesía no es fácil. Y dios nos libre. Es cuestión de experiencia y cuanta más lees (de la buena claro) más comprendes y mejor se desliza en tu interior. El lector de poesía es un poeta también, un poeta que prefiere permanecer callado y es la mejor manera de amueblar nuestro cajón superior, ese del vocabulario...Un abrazo desde España
El glamour de lo intelectual se exhibe con más frecuencia en la poesía. Si la literatura es arrogante por eso, la poesía lo es también.
En fin, el Scrooge literario se me hizo presente.
Saludos.
La facilidad o la dificultad de la lectura no reside en la poesía como tal, sino en que ambas están (pre)dispuestas por aquellos procesos sociales, culturales, económicos y políticos que te "educan" para entender aquellas lógicas que permiten una lectura sobre la realidad -y sus manifestaciones creativas- ventajosamente fácil, o ilusoriamente fácil, unidireccional. Te educan para la misma facilidad de entender acríticamente un comercial de McDonals, o el telediario. La poesía es peligrosa, quizás, porque alude a una capacidad que todos usamos en un sentido más amplio, así como era considerada por el Círculo de Jena, aplicable a todo acto creativo. Creatividad y trasgresión, que en cierto sentido ha motivado todas las revoluciones estéticas (y políticas, en un sentido más amplio). Precisamente quienes simplifican la poesía a una actitud glamurosa, caprichosamente oscura o falsamente maldita residente en un autor, no ven que se trata de algo que los contiene o los supera: qué normativas sociales -entre otras- restringen esa visión de la poesía a la personalidad de un autor: no contextualizan el problema, sino que lo singularizan. Y porque hay textos que logran precisamente trasgredir (se transgrede con el mundo en la medida que se transgrede con el lenguaje con que es narrado), más allá de lo glamuroso o no de sus autores, es que aún molesta la poesía. No logra encasillársela. Descoloca. Se presta al debate. Platón expulsa a los poetas de la República.
Es posible, estimado Montealegre, que la palabra sea el artificio sensualmente más refinado, sutil y glamoroso de la modernidad cuando ella, la palabra, se vuelve tema de estudio de sí mimsma.
La palabra hablando de la palabra en un juego moderno del Yo reflexico encarnado en palabras. Por un lado, palabra romántica, heróica, épica, cuyo sentido se remonta hasta los confines etimológicos más vagos de la vieja Grecia, plétora de sentidos, de dioses, sobre todo de dioses; pero otras veces palabra peculiarmente transgresora, disidente, tal y como lo es hoy en la fragmentación del discurso moderno secularizadamente llevada al giro lingüistico de los juegos de lenguaje.
Acaso sea la palabra único reducto metafísico que nos acupa después de la muerte de nuestros dioses. Por eso me cuesta un poco de trabajo leerla, que la leo y constantemente, porque encuentro metafísica por todos lados y quiero, como dirá Hölderlin, ser como los robles: con fuertes raíces ancladas en la tierra «levantando hacia las nubes la amplitud serena de nuestras altas testas soleadas».
Publicar un comentario