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« Es como escribir poemas en la arena o en la corteza de los árboles »
sábado, julio 13, 2013
Division Bicicletera del Sur: Mi vida bicicletera
Division Bicicletera del Sur: Mi vida bicicletera: Hace 14 años me compré mi casco, no fue entonces que comencé mi vida bicicletera, pero fue en ese momento que tomé conciencia de ell...
miércoles, noviembre 16, 2011
Rodada a Tepoztlán
"El frío es un perro bravo que muerde a los que se paran."
Rodrigo Solís
Rodrigo Solís
«¡Que se regresen, díganles que se regresen!», escuché y bajé la velocidad. La neta es que no quería hacerlo, tenía frío y ya esperaba subirme a la bici para agarrar calor de nueva cuenta. «¡Regrésense, regrésense!», oí que gritaban más adelante. Frené, alcé la vista y vi que más adelante había destellos de luces blancas por la ciclopista. «Es Tronc. No se puede mover», decían. Yo apenas lo había rebasado porque se detuvo, y no pensé que fuera por algo grave. Pero es que hacía mucho frío. Me iba a detener pero un ciclista se siguió, luego otro, y estuve a punto de continuar la ruta entonces. Luego escuché que estaba entumido o algo así, que tenía mucho peso en su bicicleta, que nos quedaríamos un rato en una cabaña cercana. Volteé y vi que lo llevaban mientras que otro llevaba su bicicleta con hielera, anafre maleta. Las luces blancas en la ciclopista continuaban destellando.
Nos quedamos ahí desde la una y media, creo. Ni sé qué hora era; pedaleando se pierde bien fácil la noción del tiempo, y según la condición física, hasta la noción de las distancias: si estás bien cansado, un kilómetro en plano es una cuesta empinadísima. Estábamos delante del Sifón. Habíamos hecho una parada ahí y el frío se puso de acuerdo con el sudor para calar duro. Yo no quería detenerme pero cuando lo vi completamente aterido suponía que sería una pausa larga. Como de una hora, decían. Como pudo, Tronc se colocó un sleeping, más por instinto de supervivencia, lo sentaron en una silla blanca y para cubrirlo del frío lo enrollaron con una alfombra que la dueña de la cabaña tenía en el patio. Ahora que lo recuerdo se me hace bien curiosa la escena para alguien que nos estuviera viendo desde la ciclopista y no supiera lo que estaba pasando: una bola de weyes enrollando a quién sabe quién en una alfombra, pero en aquel momento se me hizo un gesto padre que todos intentaran cubrirlo del frío, que le dieran una barra de chocolate, que se colocaran en círculo alrededor de él para cubrirlo de las corrientes de frío -pinche frío, no mames-, que lo colocaran debajo de un foco para que le diera algo de calor.
Éramos como veinte personas, tal vez un poco menos: Rodrigo Porrúa, Origel, Ivan Prado, Josafat, Rodrigo Solís, Cleik Rodríguez, Slingshot Guerrero, Israel Mora, Enrique, Marisol y Ruy (los de la tándem), Sandra Gon, yo… Y no sé quienes más. Hicieron una fogata y todos nos acercamos como mosquitos hambrientos de calor. Acercábamos las manos, los pies y me cae que hasta la mirada para que nos calentara mentalmente todo el cuerpo. Todavía pasaban unos coches. Me acordé cuando estaba en casa de mi abuela y el sonido lejano de la carretera me arrullaba.
Y ahí estábamos casi todos rodeando el fuego, viendo esa televisión primitiva –como decía Rodrigo- y contándonos historias para pasar el rato; riéndonos y contemplándolo, como queriendo arrancarle calor hasta con la mirada. Darwin decía que nos adaptamos a todo, y creo que hasta nos reímos de todo. Las luces que destellaban en la ciclovía finalmente me di cuenta que eran unos focos de la carretera cubiertos a la distancia por la copa de los árboles. Rodrigo habló e una historia de una mujer con muchos ojos en todo el cuerpo, que lloraba con todo el cuerpo, mujer de muchas perspectivas y puntos de vista, como nosotros ahí, contemplando el fuego. «Seguro los que se adelantaron han de estar en la Cima pasándola peor que nosotros», dijo alguien pensando en la venturosa fogata que hizo Sling. «O en Tres Marías, cenando, tomando cafesito, durmiendo unas dos o tres horas», comentó alguien más. Ya no sé si lo decíamos por añorar estar ahí en ese lugar imaginario de Tres Marías o porque el frío nos hacía delirar a campo abierto.
La neta es que estuvo de poca madre. El Ruy y Mariana, los de una tándem, mis respetos eh. Ya íbamos por la ciclovía de M. Contreras, primera zona de terracería por remodelación cuando su rin se dobla. “No, yo que tú la pensaba”, le aconsejaban. «Igual en Picacho te retachas», «ve pensando si te regresas», y Ruy le dice a un vato: «Pues la onda es que si es no’mas por los rayos, y si tu tienes, pues que chingue a su madre, nos vamos». Y nos fuimos. La llanta, no mames, nada más se veía cómo oscilaba, como esos discos LP’s de 45 revoluciones. Derecha, izquierda, derecha izquierda, como intermitente, me cae.
Y ahí iba la tándem, con un vato, tremenda mochilota y Marisol a las espaldas. Ella, me cae, bien pudo haber estado en una pijamada toda esa noche, pero no, ahí andaba, a pie de cañon, de pedal más bien, en una ciclovía brumosa, aguantándolo todo. Con el frío del Sifón hasta se nos olvidó que el rin estaba fregado. Al menos a mí, sí. Y ahí los veías ya cuando dejamos la cabaña, en la madrugada, a ellos dos hasta enfrente, siendo punteros, con buena velocidad, adelantándose, dejándonos, abriendo la neblina. Qué paisaje. El rocío. Lo que se perdieron los que se adelantaron, lo que perdimos los que nos quedamos, lo que ganamos todos. Y la neta que si dice Leibniz que este es el mejor de los mundos posible porque es en el que existimos, me cae que lo mejor que me pudo haber pasado es haber estado ahí con todos ellos. Qué aventura, me cae.
Pero que se termina la ciclovía. Ahora sí vino lo padre. Tierra suave primero, húmeda; terracería compacta tipo downhill decía Rodrigo Solís, Tres Marías y gravilla con guijarros sueltos y filosos que brincaban hasta la cara. Descenso, poco pedaleo (menos cansancio pero con más frío) y los amortiguadores a todo lo que daban. No sabes cómo me dolieron las muñecas y los dedos por tanta vibración y un frío que iba menguando lentamente. Yo pensé que mis llantas serían las próximas a reventar, pero nada. Ni la tándem. Yo, de hecho, hasta olvidé por completo que estaba su rin averiado, y creo que todos le restaron importancia a esa minucia. «¿Es un águila?», preguntaban en el mirador. «No, es un zopilote», contestaba otro. «Seguro están dando vueltas esperando a ver a qué hora caemos de cansados». Pero es que los carroñeros nunca probarán la carne de los príncipes, recordé a Homero en silencio.
Creo que nos detuvimos como cinco veces por ponchadura, y uno de ellos hasta dobleteó porque no' más su llanta no quedaba. Hasta que por fin, la llanta trasera -y no el rin- de la tándem, después de aguantar todo lo que debió, se desinfló justo en frente a la plaza de Tepoztlán, cuando ya habíamos bajado todos de las bicis. Nunca rompió su pacto. Llegó, llegamos. Ahí estábamos cinco horas más tarde de lo previsto. Vi la gente sentada en las plazas, como si nada. Y ahí estaba yo también, apoyando mis brazos sobre la baranda, también -casi- como si nada.
Es más fácil que el valiente quede a salvo que muerto, decía Homero en la Ilíada. El viaje fue una locura. Si lo hubiera pensado no la hubiera recorrido, pero todo fue como agua para el sediento. No sé en qué momento escuché a alguien que dijo que después de esta rodada todas las del DF serían cortas, y algo habrá de cierto. El caso es que al día siguiente, ya en le DF, cuando volví a subirme a la bicicleta, me di cuenta que el dolor del cuerpo era muestra de una batalla ganada.
12-13 de noveimbre, 2011.
Nos quedamos ahí desde la una y media, creo. Ni sé qué hora era; pedaleando se pierde bien fácil la noción del tiempo, y según la condición física, hasta la noción de las distancias: si estás bien cansado, un kilómetro en plano es una cuesta empinadísima. Estábamos delante del Sifón. Habíamos hecho una parada ahí y el frío se puso de acuerdo con el sudor para calar duro. Yo no quería detenerme pero cuando lo vi completamente aterido suponía que sería una pausa larga. Como de una hora, decían. Como pudo, Tronc se colocó un sleeping, más por instinto de supervivencia, lo sentaron en una silla blanca y para cubrirlo del frío lo enrollaron con una alfombra que la dueña de la cabaña tenía en el patio. Ahora que lo recuerdo se me hace bien curiosa la escena para alguien que nos estuviera viendo desde la ciclopista y no supiera lo que estaba pasando: una bola de weyes enrollando a quién sabe quién en una alfombra, pero en aquel momento se me hizo un gesto padre que todos intentaran cubrirlo del frío, que le dieran una barra de chocolate, que se colocaran en círculo alrededor de él para cubrirlo de las corrientes de frío -pinche frío, no mames-, que lo colocaran debajo de un foco para que le diera algo de calor.
Éramos como veinte personas, tal vez un poco menos: Rodrigo Porrúa, Origel, Ivan Prado, Josafat, Rodrigo Solís, Cleik Rodríguez, Slingshot Guerrero, Israel Mora, Enrique, Marisol y Ruy (los de la tándem), Sandra Gon, yo… Y no sé quienes más. Hicieron una fogata y todos nos acercamos como mosquitos hambrientos de calor. Acercábamos las manos, los pies y me cae que hasta la mirada para que nos calentara mentalmente todo el cuerpo. Todavía pasaban unos coches. Me acordé cuando estaba en casa de mi abuela y el sonido lejano de la carretera me arrullaba.
Y ahí estábamos casi todos rodeando el fuego, viendo esa televisión primitiva –como decía Rodrigo- y contándonos historias para pasar el rato; riéndonos y contemplándolo, como queriendo arrancarle calor hasta con la mirada. Darwin decía que nos adaptamos a todo, y creo que hasta nos reímos de todo. Las luces que destellaban en la ciclovía finalmente me di cuenta que eran unos focos de la carretera cubiertos a la distancia por la copa de los árboles. Rodrigo habló e una historia de una mujer con muchos ojos en todo el cuerpo, que lloraba con todo el cuerpo, mujer de muchas perspectivas y puntos de vista, como nosotros ahí, contemplando el fuego. «Seguro los que se adelantaron han de estar en la Cima pasándola peor que nosotros», dijo alguien pensando en la venturosa fogata que hizo Sling. «O en Tres Marías, cenando, tomando cafesito, durmiendo unas dos o tres horas», comentó alguien más. Ya no sé si lo decíamos por añorar estar ahí en ese lugar imaginario de Tres Marías o porque el frío nos hacía delirar a campo abierto.
La neta es que estuvo de poca madre. El Ruy y Mariana, los de una tándem, mis respetos eh. Ya íbamos por la ciclovía de M. Contreras, primera zona de terracería por remodelación cuando su rin se dobla. “No, yo que tú la pensaba”, le aconsejaban. «Igual en Picacho te retachas», «ve pensando si te regresas», y Ruy le dice a un vato: «Pues la onda es que si es no’mas por los rayos, y si tu tienes, pues que chingue a su madre, nos vamos». Y nos fuimos. La llanta, no mames, nada más se veía cómo oscilaba, como esos discos LP’s de 45 revoluciones. Derecha, izquierda, derecha izquierda, como intermitente, me cae.
Y ahí iba la tándem, con un vato, tremenda mochilota y Marisol a las espaldas. Ella, me cae, bien pudo haber estado en una pijamada toda esa noche, pero no, ahí andaba, a pie de cañon, de pedal más bien, en una ciclovía brumosa, aguantándolo todo. Con el frío del Sifón hasta se nos olvidó que el rin estaba fregado. Al menos a mí, sí. Y ahí los veías ya cuando dejamos la cabaña, en la madrugada, a ellos dos hasta enfrente, siendo punteros, con buena velocidad, adelantándose, dejándonos, abriendo la neblina. Qué paisaje. El rocío. Lo que se perdieron los que se adelantaron, lo que perdimos los que nos quedamos, lo que ganamos todos. Y la neta que si dice Leibniz que este es el mejor de los mundos posible porque es en el que existimos, me cae que lo mejor que me pudo haber pasado es haber estado ahí con todos ellos. Qué aventura, me cae.
Pero que se termina la ciclovía. Ahora sí vino lo padre. Tierra suave primero, húmeda; terracería compacta tipo downhill decía Rodrigo Solís, Tres Marías y gravilla con guijarros sueltos y filosos que brincaban hasta la cara. Descenso, poco pedaleo (menos cansancio pero con más frío) y los amortiguadores a todo lo que daban. No sabes cómo me dolieron las muñecas y los dedos por tanta vibración y un frío que iba menguando lentamente. Yo pensé que mis llantas serían las próximas a reventar, pero nada. Ni la tándem. Yo, de hecho, hasta olvidé por completo que estaba su rin averiado, y creo que todos le restaron importancia a esa minucia. «¿Es un águila?», preguntaban en el mirador. «No, es un zopilote», contestaba otro. «Seguro están dando vueltas esperando a ver a qué hora caemos de cansados». Pero es que los carroñeros nunca probarán la carne de los príncipes, recordé a Homero en silencio.
Para mí, la corona del recorrido fue esta zona áspera y mordaz como su clima en madrugada. Me gustó. Pero el remate fue el descenso sinuoso y peligroso de una carreterita de doble carril con más curvas que los descensos que tuvo Dante. Era el entronque con la carretera pavimentada Tlacotenco - Tepoztlán. «No suelten la bicicleta, no dejen que se vaya, frenen», insistía Rodrigo desde antes de dejar el camino empedrado. Comentó que ha habido ciclistas que han sido tragados por sus curvas. Derecha, izquierda, frena-frena más porque te jala, frena más porque rozarás la llanta de enfrente. Ruy arrastra el pie para que las curvas no jalen la tándem que lleva sólo ajustado el freno delantero. Una, dos veces, tres, se oye rozar su suela con el asfalto. Las curvas son muy cerradas, ciegas. Todos con cuidado. Frena, frena, con las dos palancas al mismo tiempo, me quiso jalar un poco el ímpetu. Allá alguien se abre mucho, invade el carril contrario, no pasan coches, no pasa nada. Luego otro se abre un poco, tampoco nada. Se detiene la tándem. Le amarran los frenos que había soltado para evitar que las zapatas rozaran del rin ondulado. Más curvas. Que no te jale. Seguimos y terminamos en la glorieta-distribuidor de Tepoztlán, al final de nuestra serpentuosa aventura.
Creo que nos detuvimos como cinco veces por ponchadura, y uno de ellos hasta dobleteó porque no' más su llanta no quedaba. Hasta que por fin, la llanta trasera -y no el rin- de la tándem, después de aguantar todo lo que debió, se desinfló justo en frente a la plaza de Tepoztlán, cuando ya habíamos bajado todos de las bicis. Nunca rompió su pacto. Llegó, llegamos. Ahí estábamos cinco horas más tarde de lo previsto. Vi la gente sentada en las plazas, como si nada. Y ahí estaba yo también, apoyando mis brazos sobre la baranda, también -casi- como si nada.
Es más fácil que el valiente quede a salvo que muerto, decía Homero en la Ilíada. El viaje fue una locura. Si lo hubiera pensado no la hubiera recorrido, pero todo fue como agua para el sediento. No sé en qué momento escuché a alguien que dijo que después de esta rodada todas las del DF serían cortas, y algo habrá de cierto. El caso es que al día siguiente, ya en le DF, cuando volví a subirme a la bicicleta, me di cuenta que el dolor del cuerpo era muestra de una batalla ganada.
12-13 de noveimbre, 2011.
miércoles, septiembre 23, 2009
Los diez libros más conocidos
Según El Universal, en su encuesta virtual, estos son los diez libros más vendidos:
23 de septiembre de 2009
1. La Biblia
2. Harry Potter
3. Don Quijote
4. Código Da Vinci
5. Cien años de soledad
6. Juventud en éxtasis
7. El principito
8. Diario de Ana Frank
9. Ángeles y demonios
10. Hornos de Hitler
23 de septiembre de 2009
1. La Biblia
2. Harry Potter
3. Don Quijote
4. Código Da Vinci
5. Cien años de soledad
6. Juventud en éxtasis
7. El principito
8. Diario de Ana Frank
9. Ángeles y demonios
10. Hornos de Hitler
jueves, diciembre 11, 2008
lunes, noviembre 03, 2008
American Beauty
American woman, stay away from me
American woman, mama let me be
Don't come a hangin' around my door
I don't wanna see your face no more
I got more important things to do
Than spend my time growin' old with you
Now woman, I said, stay away
American woman
Listen what I say
American woman, get away from me
American woman, mama let me be
Don't come a knockin' around my door
Don't wanna see your shadow no more
Coloured lights can hypnotize
Sparkle someone else's eyes
Now woman, I said get away
American woman
Listen what I say
[Guess Who]
American woman, mama let me be
Don't come a hangin' around my door
I don't wanna see your face no more
I got more important things to do
Than spend my time growin' old with you
Now woman, I said, stay away
American woman
Listen what I say
American woman, get away from me
American woman, mama let me be
Don't come a knockin' around my door
Don't wanna see your shadow no more
Coloured lights can hypnotize
Sparkle someone else's eyes
Now woman, I said get away
American woman
Listen what I say
[Guess Who]
[It was one of those days when it's a minute away from snowing and there's this electricity in the air, you can almost hear it. And this bag was, like, dancing with me. Like a little kid begging me to play with it. For fifteen minutes. And that's the day I knew there was this entire life behind things, and... this incredibly benevolent force, that wanted me to know there was no reason to be afraid, ever. Video's a poor excuse, I know. But it helps me remember... and I need to remember... Sometimes there's so much beauty in the world I feel like I can't take it, like my heart's going to cave in. ]
Era uno de esos días en los que sientes que está a punto de nevar... y hay una cierta electricidad en el aire. Casi la puedes oír. ¿Entiendes? Y esa bolsa esta simplemente... bailando... conmigo... como un niño rogándote que juegues con él. Durante quince minutos. Ese fue el día en que me dí cuenta de que... había una vida entera detrás de las cosas... y una fuerza increíblemente benévola... que quería decirme que no hay razón para tener miedo... nunca. Ya sé que el video no captó todo eso. Pero me ayuda a recordar. Necesito recordar. A veces hay tanta... belleza... en el mundo. Siento que no la aguanto. Y mi corazón... simplemente se va a rendir.
[I had always heard your entire life flashes in front of your eyes the second before you die. First of all, that one second isn't a second at all, it stretches on forever, like an ocean of time... For me, it was lying on my back at Boy Scout camp, watching falling stars... And yellow leaves, from the maple trees, that lined my street... Or my grandmother's hands, and the way her skin seemed like paper... And the first time I saw my cousin Tony's brand new Firebird... And Janie... And Janie... And... Carolyn. I guess I could be pretty pissed off about what happened to me... but it's hard to stay mad, when there's so much beauty in the world. Sometimes I feel like I'm seeing it all at once, and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst... And then I remember to relax, and stop trying to hold on to it, and then it flows through me like rain and I can't feel anything but gratitude for every single moment of my stupid little life... You have no idea what I'm talking about, I'm sure. But don't worry... you will someday. ]
"Siempre oí que tu vida entera pasa en frente de tus ojos un segundo antes de morir. Primero que nada, ese segundo no es para nada un segundo, se estira para siempre, como un océano de tiempo... Para mí, fueron mentiras a mis espaldas en el campamento de Boys Socuts, viendo las estrellas fugases caer... Y las hojas amarillas de los árboles de arce alineadas en nuestra calle... O las manos de mi abuela, y la forma en que su piel se me parecía al papel... Y la primera vez que vi el nuevo Firebird de mi primo Tony... Y Janie… y Janie.... Y Carolyn. Supongo que podría estar bastante enfadado por lo que me paso, pero es difícil estar enfadado, cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la viera toda a la vez y es demasiado. Mi corazón se llena como un globo que está a punto de estallar... Y entonces recuerdo que tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi estúpida y pequeña vida... No tienes idea de lo que estoy hablando. Pero no te preocupes... algún día la tendrás."
"Siempre oí que tu vida entera pasa en frente de tus ojos un segundo antes de morir. Primero que nada, ese segundo no es para nada un segundo, se estira para siempre, como un océano de tiempo... Para mí, fueron mentiras a mis espaldas en el campamento de Boys Socuts, viendo las estrellas fugases caer... Y las hojas amarillas de los árboles de arce alineadas en nuestra calle... O las manos de mi abuela, y la forma en que su piel se me parecía al papel... Y la primera vez que vi el nuevo Firebird de mi primo Tony... Y Janie… y Janie.... Y Carolyn. Supongo que podría estar bastante enfadado por lo que me paso, pero es difícil estar enfadado, cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la viera toda a la vez y es demasiado. Mi corazón se llena como un globo que está a punto de estallar... Y entonces recuerdo que tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi estúpida y pequeña vida... No tienes idea de lo que estoy hablando. Pero no te preocupes... algún día la tendrás."
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